Una docena de solicitantes de asilo duerme al raso frente a la comisaría de Segovia
Cada vez más africanos llegan a Segovia por ser más manejable que Madrid y esperan su cita en los Jardinillos de San Roque
Han llegado este verano a Segovia para tramitar su solicitud de asilo, huyendo de auténticos dramas en sus países, de la muerte en las barbas ... más cercanas. Un riesgo vital que les hizo venderlo todo y lanzarse en muchos casos a un cayuco porque aquello era mejor que quedarse en la granja esperando un tiro y que plantea un dilema a la tranquila vida de Segovia. Lo que para ellos es esperar en total tranquilidad, durmiendo con cartones al raso en los Jardinillos de San Roque, un entorno mucho más cómodo de la incertidumbre de sus países, es una anomalía para la ciudad, para los vecinos que piden al sistema soluciones para los 'sin techo'. Mientras se tramita su petición, están en un limbo, sin los derechos del programa de refugiados. Así las cosas, con sus maletas y bolsas del Mercadona apiñadas junto a los bancos del parque, como un pequeño campamento, subsisten con dignidad, en parte gracias a la comida que donan los segovianos que conocen su historia. Un arma de doble filo para la Comisaría de Policía Nacional, constreñida entre la ética de tratarles con humanidad y la preocupación porque la ciudad se convierta en un imán, un crecimiento de peticiones que amenaza con colapsar su funcionamiento.
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Según los cálculos policiales, el número de solicitantes, que se va renovando según se tramita el expediente y pasan al itinerario de refugiados, oscila entre las ocho y las catorce personas. Llegan procedentes de Madrid, generalmente en autobús, bien porque buscan una ciudad más manejable –y considerablemente más barata– o porque entienden que el proceso en Segovia será más ágil. Empezaron a hacer noche en los jardinillos por simple cercanía con la comisaría. Como las llegadas suelen ser individuales, cuando uno sale del registro inicial y ve a compañeros que ya han pasado por ese trámite, encuentra allí un refugio amable que se ha mantenido en el tiempo porque no hay una ordenanza municipal que impida dormir en la calle y su conducta cívica no ha provocado ninguna fricción con los vecinos. Proceden fundamentalmente de Mali, en una guerra crónica que ya dura casi dos décadas y ha trasladado su inestabilidad a toda la región, países como Togo, Burkina Faso o Ghana.
«Se les hace un registro de una manera casi inmediata para tenerles localizados», explica la subdelegada del Gobierno en Segovia, Marian Rueda. El limbo se plantea entre este punto y la cita en la que acuden a manifestar su solicitud de asilo. «Eso ya sí que es un proceso más lento. Cada día se atiende a dos o tres personas, lo que se puede». No solo porque supone una carga «a mayores» respecto al volumen de trabajo habitual de la comisaría, sino porque requiere traductor, habitualmente del francés. El mensaje que han transmitido a los migrantes es que serán recibidos según el procedimiento. «Les hemos dicho que porque estén ahí más días no se les va a atender antes. Que no lo utilicen como una medida de presión. Tienen una citación y se les va a ir llamando. Hacemos un esfuerzo por dar celeridad, pero no acaba nunca. Se les hace el trámite a unos y siguen viniendo».
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Rueda está en contacto con otras provincias de la región en buscar de repartir la tarea. «Parece que donde más están llegando es a Segovia. Esperemos que en algún momento se pare este proceso porque nos puede llegar a colapsar. A veces los trámites en las capitales grandes son más lentos que en las pequeñas, pero tenemos los efectivos que tenemos y nuestras posibilidades de atención son limitadas». Lo cierto es que los migrantes han encontrado un contexto pacífico y hasta cuentan con la solidaridad de gente que les lleva comida. «La seguridad no se está poniendo en riesgo, por lo cual no tenemos que intervenir. Cuando hablas con ellos se te cae el alma a los pies porque lo han perdido todo, están desenado que les demos un trabajo, un idioma y poder aportar. A muchas empresas les están solucionando la mano de obra; si no, no tendríamos fresa, tenemos que ser justos con ellos. Pero es una ocupación de un espacio público que tampoco nos gusta ver. Queremos que tengan todos un techo y la posibilidad de vivir en unas condiciones dignas».
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El procedimiento
Esa primera casilla es un limbo. Una vez que se tramita la solicitud de asilo, entran en un programa de acogida de 24 meses dividido en varias fases, un itinerario en el que reciben formación lingüista y laboral para lograr una mayor independencia. Empiezan durmiendo en pensiones o pisos compartidos, pero el objetivo final es que tengan su propio alojamiento y empleo. La primera fase está delegada por el Gobierno en Accem, una organización a cuya sede en Segovia han acudido varios de los migrantes que duermen estas semanas en los jardinillos en busca de ayuda. «Si el Ministerio de Inclusión no autoriza que estas personas estén dentro del sistema de protección internacional, no hay una fórmula para encontrarles un alojamiento», subraya su departamento de comunicación, que ahonda en la idea de colapso. «Llevamos unos cuantos años que es más complicado conseguir citas de policía porque están llegando más personas migrantes. A lo mejor por eso se van desde Madrid a Segovia, lo que quieren es estabilizar su situación lo antes posible y entre ellos se van dando información».
Accem no hace intervención a pie de calle, como sí hace Cáritas, la responsable del convenio de atención a transeúntes firmado con el Ayuntamiento de Segovia. Ambas partes se reunieron para estudiar el caso de los Jardinillos de San Roque y determinaron que no son 'sin techo', un perfil que suele incluir problemas de fondo de origen social o mental y con el que trabajan mediante un itinerario personal de integración social. Pese a ello, han prestado atención a migrantes que han pasado por su sede, como una noche de pensión para una mujer embarazada. Así sortean estos refugiados que no tienen aún la consideración de serlo el limbo burocrático que se han encontrado tras dejar atrás la guerra, con la buena fe de quienes han pasado de ver su drama en la televisión a encontrárselo en el parque.
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