Las aventuras de la familia peruana
Jaime Castañeda recuerda cómo fundó la Asociación de Ayuda Mutua hace diez años para facilitar la adaptación de sus compatriotas a Segovia y estrechar lazos con la ciudad
luis javier gonzález
Segovia
Lunes, 8 de abril 2019, 11:57
El peruano Jaime Castañeda llegó a España el 31 de marzo de 2009, «justo cuando parece que cerraban la puerta y no querían dejar entrar a más gente». Relata la herencia del presidente Alberto Fujimori, condenado a más de 20 años de cárcel por varias matanzas protagonizadas durante su etapa en el poder. «Hizo estallar una bomba y las esquirlas humanas salieron por todas partes». Él, que trabajaba en el ministerio de Economía como funcionario, vivió una devaluación del mil por uno: los 8.000 soles (unos 2.200 euros actuales) daban para huevos y poco más. «Las chiquitas ya empezaron a salir a las avenidas», explica. La prostitución fue un síntoma más de la enorme pobreza sobrevenida. Segovia le dio una oportunidad y él quiso servir de ejemplo creando la Asociación de Peruanos de Ayuda Mutua, toda una ayuda en el corazón de la crisis.
Publicidad
Jaime, de 63 años, preside una asociación improvisada como protagonista de una historia vital improvisada. Un grupo que funciona por la voluntad personal no tiene recursos para un local propio, así que la sede social es su domicilio en la calle Teófilo Ayuso, un eclesiástico nacido en Valverde del Majano en 1906 –murió en Zaragoza en 1962– que contribuyó en la traducción del original griego del Nuevo Testamento y fue nombrado académico de la Real Academia de la Historia.
Su casa es el punto de referencia para cualquier peruano que desembarque en la provincia. La calle está en los aledaños del polígono de Las Lastras, una zona que ha vivido una apertura progresiva con el paso de los años. La familia de Jaime sigue celebrando el cumpleaños de algún peruano y es testigo de una vida más comunitaria. «Nosotros salimos con nuestros perros, nos encontramos por la calle y ya te sientes como una persona española. Al principio te miraban, pero poco a poco la gente va entendiendo que tú eres un segoviano más». Habla de un barrio agradable. «Tenemos la tranquilidad de los vecinos no chocan con los vecinos, nadie roba. Antes no dejábamos salir a los chicos por la noche porque no sabíamos qué iba a pasar», explica alguien que se da sus paseos desde la zona de los globos aerostáticos a la Fuencisla.
Su familia decidió hacer las maletas para huir de la pobreza. Él lo intentaría en EE UU (no le dieron el visado) y su esposa en España; alguien debía quedarse con sus dos hijos. La idea vino por una 'pollada', evento peruano en comunidad donde se reparte pollo troceado a la plancha o refrescos para recaudar. «De repente llega un huevón y pide una caja entera de cerveza», recuerda. Aquel hombre, regresado con éxito de España con los últimos beneficios de la construcción, dibujó una salida a muchos que la necesitaban y que la vieron más sencilla de lo que realmente era. «Todos apuntamos a España. A algunos les fue bien, otros mal, otros regular…». Su mujer empezó los trámites y aprovechó que una amiga que había venido antes en Segovia le recibió con los brazos abiertos.
Jaime se quedó al cargo de sus hijos y aprendió a cocinar, «una experiencia tremenda». Creció en una casa cinco hermanas y cuatro hermanos. «Cada día cocinaba una de ellas o mi madre. Los hombres, a la chacra [a trabajar el campo]». Hizo su primer guiso, con carne y patatas, a los 50 años. Su mujer logró la reagrupación familiar y la familia se unió de nuevo. «Me llamó y me dijo. 'Jaime, siéntate porque te vas a caer de espaldas'. ¡Nos han aceptado! ¡Vienen ustedes!». Fue una de tantas llamadas que su esposa le hacía antes de trabajar y que él recibía en la madrugada peruana.
Publicidad
Listo para trabajar
Aquel fue su primer viaje en avión. Él estaba preocupado porque ella trabajaba en un bar, pero pronto entendió que las camareras no toleraban los mismos excesos machistas que en su tierra. Su 'madrina' segoviana les consiguió una bonita casa junto al Jardín Botánico. Llegó «listo para trabajar» y se fue una mañana caminando con fotocopias de su currículo desde su casa hasta Hontoria. «Les repartí hasta a los que sembraban arroz. Yo dije, voy, espanto todo el gallinero y me vengo a mi casa a esperar las llamadas». En el corazón de la crisis, su voluntad se convirtió en utopía.
Así que buscó una distracción y el fútbol le abrió una puerta. «Veía a la gente jugando como borregos y les propuse unirnos y hacer un evento. En la cancha te juntas con todo tipo de gente». En la pista de tierra de La Albuera había más de un centenar de personas de Ecuador, Bolivia, Bulgaria o Polonia. Las reglas de ese torneo global eran las de la calle: el que gana se queda en el campo. «En Perú a las seis de la tarde se apaga el sol y aquí estábamos jugando en junio hasta las 10». Calcula que en aquella época había peruanos para sacar dos equipos pero que bolivianos y marroquís les superaban en número.
Publicidad
Con ese caldo de cultivo surgieron los eventos y llegaron a Segovia las polladas. El objetivo era recaudar fondos para facilitar la adaptación al inmigrante. «Si venía un peruano, los que estábamos asentados podíamos ayudarle». El poder adquisitivo se notaba especialmente en el alojamiento –habitualmente en pisos compartidos– y en detalles como tomar una cerveza. «¿Una ronda de cervezas para todos? ¿Y ahora me toca a mí? ¡Si no tengo ni para una!» La decena de fieles del fútbol integró la primera junta directiva. En junio de 2009, apenas dos meses después de su llegada, ya estaba inscrita.
Jaime conserva aún el diagrama de eventos con el que se daba a conocer a las instituciones. «Se me notaba temeroso, hasta que vas conociendo a la gente…». Fue, por ejemplo, a los talleres mecánicos para recaudar 20 o 30 euros a cambio de un tríptico publicitario; Rafael Encinas, el último presidente de Caja Segovia, envió una caja llena de camisetas para los equipos, y el consulado peruano le dio una bandera. Recaudaban dinero con las polladas y vendiendo un CD con los partidos, unas grabaciones que él mismo hacía de forma rudimentaria y que personalizó para cada país. Eran plataformas para que cada cual vendiera su producto, como el ceviche –un pescado crudo con limón y sal– papas rellenas o arroz con pollo.
Publicidad
De un domingo deportivo podía sacar apenas 30 euros; de muchos pocos, compraron un ordenador para cualquier trámite del colectivo. Su primera furgoneta, una Renault Space roja, servía para las mudanzas. «Te daban cinco euros, que no servía ni para gasolina, pero la idea era demostrar que podíamos darnos la mano». También para cargar los materiales de los eventos. Jaime, el antaño iletrado cocinero, se enfundaba el delantal y organizaba comidas junto a la iglesia de Santo Tomás. Los peruanos celebran en octubre una fiesta al Señor de los Milagros. Compraba tres cerdos con 300 euros y repartía la comida gratuitamente.
La asociación, que cumple una década este año, apenas subsiste tras la marcha de un buen número de peruanos. Pocos pueden valorar mejor las consecuencias del cierre de una constructora. Y pide unos cupos locales para grandes proyectos. «Que por lo menos haya un 50 por ciento de segovianos. Al final se llevan la plata para Madrid y los segovianos nos quedamos sin nada. Mis segovianos tienen que trabajar, hay que protegerles, porque si ganan el dinero aquí lo gastan aquí». Lo dice alguien que ha hecho de todo para salir adelante. Desde anécdotas como participar de extra en Torrente 4 a elaborar tarjetas personales. «El hambre te hace pensar». Repartió con el Banco de Alimentos y trabajó en construcción porque el riesgo de poner tejados no lo aceptaba cualquiera. Vendió sus terrenos en Perú y para dedicar el dinero a la compraventa de coches. Su hijo se ofreció a sacarse el carné para echarle una mano y no tener que ir andando tras mover un vehículo desde el garaje a la calle. Como en la nave donde tenía los coches había espacio libre, crió conejos. Hasta intentó ganarse la vida como prestamista y le quedaron deudas pendientes. Ese dinero era para ganar la universidad de su hijo Jaime, de 25 años, que se puso a lavar coches y está terminando el trabajo de fin de grado. La pequeña, Valeria, de 19 años, está preparando su acceso a la universidad.
Publicidad
«El problema es que la situación económica te hace enfermar. Terminas agobiado física y espiritualmente». Un día se levantó a las seis de la mañana y no podía caminar. «Tenía que hacerme el fuerte porque tengo que seguir adelante». Jaime, ya rehabilitado, ha estudiado transporte sanitario, fontanería y, ahora, elaboración de páginas web porque ya no puede cargar peso. «¡Soy el último de la clase!», confiesa con una sonrisa.
El grupo de peruanos ya no se reúnen tanto como antes pero mantiene el espíritu. Sigue siendo un punto de ayuda y de promoción –preparó hace poco una degustación de ceviche para Carbonero el Mayor– de su país. Sostiene que la población peruana en Segovia está «dispersa» y lanza un mensaje: «Que nunca bajen la guardia. Cada peruano debe ser un embajador de su país. Debes demostrar trabajo, ser puntual y ser honrado para cuando venga otro». Y aborda el concepto del alma. ¿Qué significa ser peruano? «Tenemos un arraigo familiar y queremos progresar. Nuestros hijos tienen que estudiar y yo termino mi vida cuando les presente a la sociedad, con su profesión y siendo buenas personas. Para que la sociedad avance, tienes que capacitar a tus hijos».
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión