«Aburro a mis hijos con los temas médicos, les da pena»
Angelines relata sus visitas rutinarias al médico y la confianza en su auxiliar: «Me siento muy aliviada, sabe lo escacharrada que estoy»
Angelines ve la botella medio llena. Necesita un auxiliar para ir al médico porque sus hijos están lejos, pero eso tiene sus ventajas. Como la ... trabajadora tiene un horario apretado, avisa a la enfermera nada más llegar. Y ella tiene trato preferente, nada de esperar más de la cuenta. «Yo también me beneficio», sonríe esta mujer, de 69 años, que define así a su acompañante: «Es mis pies y mis manos».
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Los problemas de Angelines empezaron un día al sacar la basura. «Cuando llegué a la esquina, me dio un mareo tan grande que un señor la tiró por mí y yo volví a casa agarrándome a las paredes». Con 46 años, le diagnosticaron el síndrome de Ehlers-Danlos, un trastorno hereditario muy poco frecuente del tejido conjuntivo que ocasiona una flexibilidad inhabitual en las articulaciones. «Yo podía haber valido para contorsionista de un circo», ironiza una mujer que en un primer momento pensó que tendría reuma, como su madre. Sus ligamentos no pueden sujetar los huesos y eso le ha provocado deformaciones, una escoliosis grave y vértigos por el desgaste de sus cervicales.
Nadie como ella, empleada de hogar desde que empezó a trabajar con 15 años, para valorar la labor de un auxiliar. «He sido de las que ha fregado arrodillada. Me he subido a escaleras, mesas, he quitado cortinas y he tenido tres trabajos». Cuidó de su madre y de su suegra. Tiene tres hijos que viven fuera de Segovia. Pese a los dolores, siguió trabajando. A base de tramadol, un analgésico que lleva 23 años tomando. «He salido hoy a la farmacia y he tenido que ir como los patitos. He venido, como diría mi madre, a tientas, porque el sol me deslumbra. Es un proceso de incapacidad tan lento que dices, anda, si yo podía hacer esto y ahora no puedo». Una mujer que paseaba sin problemas por el casco histórico se las desea para pisar las calles de Nueva Segovia.
Angelines lleva con auxiliar desde 2019. Desde salir a la calle «para que te dé el aire y te motivas un poco» a hacer la compra o la compañía al médico. «Es muy tranquilizador», resume esta mujer que coge el autobús con su auxiliar para ir al ambulatorio de La Albuera o al hospital. Ella trata su falta de movilidad con antelación: se levanta pronto para asearse, desayunar y estar lista. «Vamos al autobús, le perdemos y ya esperamos al otro», bromea.
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Para una mujer que ha visitado cerca de una decena de especialistas, se ha convertido en una rutina. «Por norma, procuro entrar sola porque pienso que es algo muy íntimo. Pero esta última chiquita que tengo entra conmigo y ya me da igual, como saben lo escacharrada que estoy...» La auxiliar anterior le dejaba sentada en la silla y salía de la sala. La confianza con la nueva surgió porque un día se quedó. «Me daba corte decirla que se fuera. Y me siento muy aliviada».
Este año se ha operado de cataratas y de un ganglio en los pies porque se le cayó el cristal del horno. Ha visitado traumatología, neumología, digestivo, neurología u oftalmología.
Angelines prefiere no hablar de temas médicos con sus hijos. «Noto que los aburro, como que les da pena». Con la auxiliar rompe ese tabú. «Vas con ella a todo y claro, tienes que hablar. Y a mí que más me da que sepa mi vida». Esta mujer se apoya en un carro de la compra y en una muleta rosa de catálogo que es la envidia de cualquier sala de rehabilitación. Como el carro se tambalea, se comprará un andador, un pequeño trance. «Psicológicamente me cuesta mucho, yo soy muy chula y me siento menos por llevar un andador. Me abruma. No sé cómo voy a reaccionar cuando salga a la calle con él».
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Es una mujer que ha buscado soluciones, como irse tres meses a una residencia de ancianos pese a que su edad está muy por debajo de la media. No funcionó y volvió a Segovia. «Con la cabeza me quiero comer el mundo, pero el cuerpo no me deja». Si tuviera un día sin limitaciones, iría a una playa, como fue a Gijón, con el carrito como maleta. «Alicante. La playa de Postiguet, pasear por la explanada». Y termina con una moraleja que repite a menudo. «Dios me dijo, diviértete ahora, porque te voy a pegar una hostia…».
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