La felicidad estaba en la Copa
Los jugadores que dirige Álvaro Senovilla consiguen doblegar a un Ciudad Encantada que no estuvo a la altura
nacho barrio
Jueves, 29 de octubre 2015, 00:14
El Nava es capaz de lograr gestas en la tardes más desapacibles. Con una Liga en la que no acaba de encontrar el ritmo de pedal, tiró de Copa del Rey para enamorar de nuevo a una grada que ya no le miraba como antes. El Viveros Herol es un romántico de los de antes y ayer se vistió de David contra un Goliat al que le costó caro sestear. Empezaban los locales con las revoluciones al punto óptimo, ese que permite tener la chispa que al rival le falta, fruto de la motivación natural con la que los segovianos llegaban al partido. Guille Campillo abría la lata y David de Diego, que fue el de las grandes tardes, aseguraba bajo palos la ventaja. Un Carlos Villagrán excelso, el que es cuando levanta a la grada tirando de épica, contribuía a la diferencia. El Ciudad Encantada, pese a llegar a la zona de peligro con mayor facilidad, se estrellaba con una defensa numantina. Pocas dejaban pasar los naveros, que culminaban las contras ya fuera con Villagrán o con Isma Juárez. Se veía al equipo que echaba de menos la grada, el que fue capaz en la pasada temporada de firmar una historia de galones.
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Los conquenses no se encontraban cuando tocaba defender. Y en ataque poco más ofrecían. Explotaron la buena baza de un Sergio Simón por la izquierda que encontraba momentos de luz pese a la dura oposición de David de Diego. Un recurso que, pese a la calidad, resultaba escaso y al que trataron de apoyar desde el centro Thiago Alves y Miguel Ángel Martín.
La grada, caliente desde el inicio, estallaba cuando Bruno Vírseda, parado en el aire, también se sumaba a la fiesta goleadora. Incluso Guille Campillo desde el exterior firmaba un tanto de manual de balonmano.
Esta era la tarde. Pero, pese al buen inicio, los locales se dejaron recortar una ventaja que nunca es suficiente cuando el rival es todo un Primera. Senovilla arengó a sus hombres pidiéndoles una intensidad en el ataque que por momentos parecía haberse esfumado. Este impasse de mayor oscuridad para los naveros también supuso encajar una pena máxima.
Parecía que la Cenicienta vería la calabaza esperando a la puerta del frontón cuando Dani Simón, primero, y Bruno Vírseda, después, imprimieron el ánimo que parecía perdido. Ese aliento en forma de goles espoleó a los locales, guiados por un Alberto Camino que ejerció como el faro de la experiencia que suele ser. Aportó tranquilidad y distribuyó el juego en ataque para que los lanzadores encontraran todos los huecos del mundo al portal conquense. En defensa, la gran labor de Carlos Domínguez y Darío Ajo evitó apuros que se hubieran pagado caros. Tras el descanso quiso el Ciudad Encantada cambiar una película en la que el guapo era el otro. Y bien saben las pulsaciones de los hombres de Senovilla que se iban a dejar el resto en lograrlo. Reducían distancias con sus piezas de referencia, que a pesar de no ser muchos de ellos de la partida liguera, tuvieron que asumir rango para sacar la cara en el encuentro. Frade se empleaba en defensa con dureza (motivó pitos tras un encontronazo con David de Diego) y trataba de rentar lo que hombres como Fernández lograban arriba. Isma Juárez fallaba la pena máxima y los ánimos por momentos volvían a su episodio más bajo.
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Pero qué muro fue el meta navero. La garantía para que los de Álvaro Senovilla no facturasen una sangría general. Aguantaron el tirón los segovianos, que por momentos jugaron al filo con una diferencia positiva de solo un gol. Pero el destino sería justo con los que lo lucharon y, tras tres buenos ataques con el sello de Villagrán se llegaba al 58 con una ventaja de cuatro goles que aliviaba corazones. Se podía.
Isma Juárez se reivindicó tras lo fallado y Villagrán puso el remite a una tarde de gloria. El partido acabó y todos unidos, como en los grandes momentos que parecían olvidados, volvieron a cantar por mexicanas. Porque a pesar de todo, el Nava sigue siendo el Rey.
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