«Algunas piensan que hubiera sido mejor morir en el cautiverio»
La activista ugandesa Victoria Nyanjura imparte una lección de supervivencia y coraje en conversación con la periodista Rosa María Calaf
César Blanco Elipe
Sábado, 14 de marzo 2015, 17:04
El mapamundi de las injusticias que sufren las mujeres se ha parado este sábado por la mañana en Uganda. El testimonio de Victoria Nyanjura ha sido una lección de supervivencia, fe, amor, coraje, maternidad, valentía... Virtudes y valores que los guerrilleros le quisieron arrebatar. Pero no. No lo lograron. Su historia no es única. Muchas niñas y mujeres del país africano han sufrido torturas, secuestros, vejaciones, violaciones, se tuvieron que casar con alguien a quien ni conocían y con quien tuvieron descendencia. Dicho así de corrido quizás se hace invisible, pero escuchado de viva voz por la víctima, que detalla algunas de esas humillaciones padecidas en primera persona, el estómago se revuelve y la conciencia se activa para que el drama no pase desapercibido en estas latitudes.
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La periodista Rosa María Calaf ha sido la encargada de dirigir la conversación cara a cara con el público que ha llenado la sala Ex.Presa 1 del centro de creación de La Cárcel de Segovia. La ugandesa está convencida de que las mujeres «son el motor del cambio en el mundo porque al fin y al cabo son las que sufren». Y lo afirma desde los tres ángulos que le permite su historia personal: la de víctima, superviviente y luchadora beligerante en favor de recuperar las vidas robadas de otras mujeres y de reivindicar justicia.
La aportación de Nyanjura para ser una de esas transformadoras del mundo que dan nombre al encuentro que se celebra en Segovia es la coordinación de la Red de Defensa de las Mujeres dentro del Foro Justicia y Reconocimiento. Su trabajo consiste en ayudar a mujeres que como ella pasaron por el calvario del secuestro cuando eras niñas.
Raptada a los 14 años
Victoria Nyanjura fue raptada en mitad de la noche por rebeldes del autodenominado Ejército de Resistencia del Señor. Tiene grabada la fecha. 9 de octubre de 1996, precisamente el día en que Uganda festeja el día de la independencia. «En ese momento comenzó el sufrimiento y se acabó mi libertad de expresión y mi familia». Recuerda que una monja italiana del colegio asaltado trató de negociar con los soldados y logró que liberaran a 109 niñas de las 139 que habían retenido. Nyanjura no estaba entre las que volvieron a sus hogares.
El fundamentalismo bíblico de los raptores quería llamar la atención del mundo. Este ejército pretendía el cumplimiento de los diez mandamientos, pero su único mandamiento era la maldad. «A las treinta con las que se quedaron nos ataron por la cintura, las manos y luego lo primero que nos hicieron fue echarnos aceite para limpiarnos la parte oscura para poder incorporarnos a los grupos». Recorrieron más de cien millas andando, sin agua, con hambre y sin saber cuándo iban a poder comer.
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Pero lo peor era el miedo. «Si pedías descansar te mataban». Así que prefirió la fatiga a la muerte y continuó su calvario.
La violaron. «Los ejércitos piensan que pueden hacer lo que quieren». «Nos forzaban a ser sus mujeres. Es un acto doloroso, pero hay que aceptarlo y seguir adelante», relata a cámara lenta y cabizbaja porque ese recuerdo le abruma.
Supo que cuando una niña es secuestrada le asignan a distintos hombres. «Con 14 años ya no tenía familia», evoca aquel sufrimiento.
Matrimonios de conveniencia
Le obligaron a casarse. «No sabía lo malo que podía llegar a ser el hombre que te asignaban. Él no quería mi felicidad, sino solo pretendía la suya y nos apaleaban sin saber por qué, quizás porque a lo mejor venía cansado», denuncia en voz alta y en primera persona aquellas atrocidades.
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Tuvo dos hijos. Y fue el amor y la fe los que hicieron sobrevivir a las vejaciones y a los malos tratos. Victoria Nyanjura precisa que «independientemente de lo que suframos, es importante la aceptación social». Su cautiverio se alargó ocho años, ocho años «rezando y pidiendo al Señor luz e indicaciones para seguir adelante», hasta que logró escapar.
Fue afortunada porque su familia la acogió con los brazos abiertos. Otras mujeres que regresan de su cautiverio son repudiadas, cuenta la activista ugandesa. «Algunas piensan que hubiera sido mejor morir en el cautiverio». En su experiencia, fue el amor de sus padres el que le hizo pensar en que «nunca hay que perder la fe y la confianza». Y también se dio cuenta de lo importante que es la educación y la formación.
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«No podía ver a mis padres llorar y decidí que tenía que volver a estudiar para olvidar el pasado y salir de casa», prosigue su relato en primera persona.
Lo más duro en esa nueva etapa han sido las preguntas de sus hijos sobre quién es su padre. Victoria Nyanjura les dijo que había muerto en un ataque, pero los niños insisten y le duele cuando «a veces no puedes hablar con tus hijos sobre la muerte de su padre».
Críticas a la comunidad internacional
A través del foro y la Red de Defensa de Mujeres la coordinadora busca que quienes acuden buscando ayuda compartan sus experiencias, porque no están solas. Aunque la guerra terminó, el Gobierno ugandés «no está haciendo nada cuando tenía un programa para ayudarlas». El dinero no siempre es la solución y de hecho Nyanjura denuncia que hay familias que acogieron a niñas para obtener esa subvención y luego decirles que se marchen.
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«Esas mujeres tienen que buscarse la vida, no tienen un techo, no tienen comida y son repudiadas». Por eso hace un llamamiento para que se vea a la Red de Mujeres como parte de la comunidad. «El problema que hay es el de aceptación social y es una consecuencia de la guerra».
La activista incide en la necesidad de compartir las experiencias porque «ayuda a cicatrizar». Esta salida choca a veces con el problema del idioma y de la incomprensión. De ahí que sea fundamental hacer visible esta labor e integrarla en la sociedad, aunque el Gobierno ugandés no haya movido apenas un dedo.
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Nyanjura reclama algo tan sencillo y barato como «que nos pidan perdón». Luego, exhibe su discrepancia con la actitud de la comunidad internacional, a la que critica que «no debe esperar a que se cometan estas atrocidades cuando vez y saben que hay un conflicto». Asimismo, demanda la articulación de «una ley internacional que prevea que si un país no protege a sus ciudadanos sea sancionado».
La socióloga ugandesa piensa que países de Occidente siguen apoyando a grupos rebeldes como el la secuestró cuando tenía 14 años. «Así no se acabarán nunca las guerras», concluye.
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