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Orestes Prieto Armenteros posa en la modernista cafetería de la Casa Lis de Salamanca.
Del baile charro a la danza libre

Del baile charro a la danza libre

Desde niño se sintió atraído por el arte de la danza y con el paso del tiempo fue evolucionando hasta verse inspirado por Isadora Duncan

Jorge Holguera Illera

Miércoles, 19 de octubre 2016, 12:12

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Nuestra provincia de Salamanca, sus pueblos vieron y ven nacer a personas virtuosas, con dones o habilidades especiales. Hombres y mujeres que muchas veces pasan desapercibidas. Viene a cuento mencionar las procesiones de Babilafuente, las que se hacen en honor a San Blas y San Roque, que cada año cuentan con el acompañamiento de músicas y bailes charros. A la villa de la buena agua acude un tamborilero que pone la música y la danza corre a cargo de varias mujeres vestidas de charras y un joven que baila también con indumentaria típica de la tierra. Este último es Orestes Prieto, quien a su vez se encarga de dirigir y organizar la coreografía que regalan al santo en cuestión. Esa puesta en escena es obra compuesta por Orestes a base de ritmos típicos de la provincia, bailes adaptados de diferentes zonas de Salamanca, pero con un trasfondo que quizá muchas de las personas que presencian esta escenografía no capten de forma consciente aunque sí podrán percibirlo. Se trata del bagaje acumulado en la trayectoria de Orestes Prieto como bailarín y profesor de danza. También predomina el espíritu de la danza libre, que es a la que este bailarín originario de Babilafuente ha llegado tras años dedicados a baile.

Orestes Prieto no vive en su pueblo, pues su profesión como técnico de rayos le hizo recorrer distintas ciudades de la Península Ibérica hasta establecerse en la capital de España. Su profesión técnica le mantiene. Quizá el haber «oído tantas veces que del baile no se come» le inclinó a buscarse un oficio que le diera esa estabilidad vital que da el tener un sueldo fijo, aunque reconoce que podría haberse dedicado a la danza.

«Antes era el baile», afirma, pues ya danzaba desde que tenía tres años de edad. Lo hacía quizá guiado por la pasión y los sentimientos, más que por los prejuicios que en muchas ocasiones frenan a muchos niños que quisieran dedicar su tiempo a esta expresión artística. Quizá ya cultivaba, inconscientemente, en su etapa infantil la semilla de la danza que en su día fue la seña de identidad de Isadora Duncan, a la que se atribuye la creación de la danza libre.

Los inicios de Orestes en la danza fueron espontáneos. Él recuerda cómo de niño «llegaba a casa y me ponía a bailar, para mí era una pasión, eran horas y horas, era maravilloso porque era bailar por bailar».

Cuando tenía entre tres y cuatro años de edad, Orestes y su amigo Óscar, atraídos por los bailes folclóricos charros que se hacían en los cursos del Centro Cultural de Babilafuente, se ponían en las verjas de fuera para observar, un día y otro. Ahí les ofrecieron ser alumnos. Su madre le confeccionó el traje charro.

En casa de Orestes se dedicaban a la agricultura, tenían carnicería y ganadería, es decir, un montón de trabajo, en el que él también ayudaba. Como suele ser habitual, la madre del hogar a parte de también ser parte de la mano de obra en estas tareas del campo, tenía que hacer las cosas de la casa, y además atender a los hijos. Por la noche cuando todos dormían, Orestes recuerda que su madre tejía, pero para ella esta otra tarea, que sin duda era un trabajo más, era algo que la ayudaba a evadirse de la realidad, como una especie de meditación. Quizá lo mismo que para él es la danza, algo que se manifiesta cuando Orestes recuerda que para él, «la danza nunca fue un esfuerzo», por contra reconoce que es incluso terapéutica, en el sentido que él describe como «que todo lo que hacemos y nos hace sentir bien es terapéutico», pues en su caso recuerda muchos momentos en los que «cuando yo bailaba no oía a nadie», quizá en esa expresión de concentración suprema.

Con el paso del tiempo, la puesta en práctica y su amor a la danza, el niño se fue haciendo mayor y a partir de la mayoría de edad se empezó a implicar en otras muchas disciplinas. Entre ellas el flamenco, que comenzó a sus quince años y que después, ya conociendo la danza libre, perfeccionó en Madrid; un reto que hoy reconoce que afrontó porque le decían «tienes que ir a Madrid». Ésta fue la primera presión, manifiesta, algo que le generó miedo y frustración.

La entrada en contacto de Orestes con el flamenco de una forma intensa le originó lesiones, que le hicieron reflexionar y pensar «que hay cosas que te hacen ver qué te cuida y qué no te cuida».

Aunque a veces las sensaciones negativas también son guías en ese sendero por el que Orestes transitó tocando diferentes palos. Su puesto de trabajo como técnico de rayos le otorgó la oportunidad de vivir en diferentes ciudades de toda España y enriquecer su estilo en cada una de ellas. Como muy importante destaca su llegada a Logroño, cuando tenía 23 años de edad. Tanto es así que tacha «la influencia de la capital de La Rioja como vital en su danza». Estuvo en la Universidad Popular de La Rioja, que le «marcó un antes y un después, también la ciudad, fui libre», reconoce. Cabe destacar que en Logroño fue donde conoció la danza libre.

Su encuentro con la danza libre fue un cambio de concepto, tanto es así que Orestes lo explica como que cuando estaba en la etapa del folclore, sevillanas iniciación de flamenco, «solo quería aprender a desarrollarme más, ahora o aprendes a vivir con ella -danza libre- o mueres con ella».

En Madrid puso en práctica su Flamenco Libre, lo que él denomina un flamenco para todos, explica que «no es flamenco, pero sí respeta su compás». Se trata de una disciplina que, dice, «no es para gente que ya hace flamenco sino para personas que tienen el duende del flamenco pero que aún no han encontrado el modo de expresarlo».

Después recupera la toma de contacto con la danza libre, recibe clases los fines de semana. Como profesor comienza en Madrid y se mueve por ciudades a las que le llaman. Por lo general imparte clases a mujeres, con edades comprendidas entre los 30 y los 80 años de edad.

Orestes Prieto se siente identificado con la danza libre y el público también percibe esa sintonía, de tal manera que, recuerda que cuando le ven le dicen, «cuanto te veo bailar es como sí el movimiento continuara». Esta peculiaridad es importante para el artista, que siente que existe comunicación y «cuando tienes comunicación del público tienes buena recepción, una maravilla», puntualiza. Lo cierto, es que para Orestes la danza libre «es cada vez más como una filosofía de vida».

Esta disciplina le hace ver las cosas de otro modo, y en una mirada hacia atrás en el tiempo; en su intensa trayectoria tanto de formación, como de profesor y bailarín en diferentes estilos, desde su originario folclore charro hasta la danza libre, reflexiona «si no te detienes todo llega».

Creatividad

Considera que «la competitividad es donde muere la creatividad» y en su caso opta por esa danza libre que «no busca fuera sino que viene de dentro». Estima que merece la pena la lucha que implica la ruptura de prejuicios porque considera que «aunque hay criterios que no podemos cambiar los que estamos, sí podemos enseñarle a los demás, para cambiar la vida que viene».

Hace dos años puso su obra Presencia en escena tanto en Madrid en Cruce, Arte y Pensamiento Contemporáneo y después en Lisboa; un espectáculo inspirado en Isadora Duncan mediante la técnica de Malkovsky en el que Orestes Prieto actuó en solitario.

Esta reseña alude a la vida de un artistas del baile, una trayectoria plagada de momentos, como la anécdota de un espectador que se le acercó al terminar de bailar para expresarle sus sentimientos, «él mismo dijo recuerda Orestes - gracias por la belleza que ofrece la complejidad de la sencillez de tus movimientos».

Cada ciudad en la que Orestes Prieto ha vivido le ha transmitido una sensación, en estos momentos, en Madrid, una ciudad que define como «muy fuerte y con mucha vida», dejará ver su arte en escena el 22 de octubre en Theredoom La Terraza de Madrid, donde bailará en solitario.

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