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El retablo mayor de la iglesia es de finales del siglo XVII.

Almenara de Tormes, un ejemplo del impulso de valores rurales en la provincia

Entre las joyas del municipio, su iglesia, que cuenta con un retablo de estilo barroco de finales del XVII

F.J. REBOLLERO

Viernes, 10 de abril 2015, 12:40

Situada a la orilla del río Tormes, Almenara es una localidad que se encuentra a 15 kilómetros de Salamanca. Dividido por la carretera nacional que lleva a Ledesma, Almenara es un pueblo que quizá para algunos que lo atraviesan pase desapercibido, pero su riqueza cultural inmersa en cada una de las piedras calizas que componen sus dos edificios fundamentales, la iglesia románica del siglo XII y la pequeña ermita que descansa paciente a la entrada desde Salamanca, enamoran a quien hace un alto en el camino y decide inmiscuirse en esta pequeña villa.

La iglesia románica destaca por una planta en cruz latina y una espadaña posterior que aloja el campanario. La entrada se hace por cualquiera de los laterales, siendo el que tiene la cancela, el meridional, el utilizado para acceder al interior. La otra entrada se utilizaba, la septentrional cuando, tiempo atrás, se encontraba un cementerio en el que se enterraba a los infantes fallecidos en la aldea. En la fachada del ya inexistente cementerio, destaca una portada de arco de medio punto abocinado en el que se pueden vislumbrar diferentes figuras evangélicas. Si continuamos con la fachada, la que da con el circular ábside, nos deja entrever las bestias que salían de los picapedreros medievos y que tenían como ejemplo los llamados bestiarios, libros en el que se recogían todas las bestias mitológicas y que servían para poder ilustrar de historia las construcciones eclesiásticas. En esta misma fachada aparecen tres vanos posteriores a la construcción del conjunto, que pudieron ser elaborados en el gótico, un par de siglos después. Y por fin, cuando llegamos a la puerta de entrada al templo, la duda se hace aún más grande. Después de atravesar las rejas metálicas que te transportan a nueve siglos atrás, nos topamos con otra fachada misteriosa. Compuesta por columnas laterales, detrás de éstas nos encontramos con color. Color en la piedra caliza de Villamayor, la típica de la zona, hecho que al alcalde de la localidad, José Luis López García, le hace pensar si «no habría otra construcción anterior sobre la que se sustente la actual».

En el nártex de la iglesia, la pila bautismal coronada por un pequeño vano que focaliza la poca luz que entra en la figura del recién admitido en la casa de Dios. Y encima de ésta se encuentra la zona reservada para el coro de la iglesia, lugar al que hoy en día se sube el cura para poder tocar las campanas y llamar a misa los sábados o domingos, dependiendo de cada mes. Según avanzamos por la nave principal, a ambos lados encontramos paredes que en algún momento estuvieron policromadas, que fueron destrozadas por la cal viva en el siglo en el que la peste obligó a los miembros de la aldea a intentar paliar el avance de la pandemia. Al acercarse a las mismas, se adivina un Pantocrátor de color azul a mano izquierda mirando hacia el altar, debajo de éste vemos una figura de un Cristo Yacente articulado del siglo XVI elaborado en madera policromada y diferentes figuras religiosas por las paredes que alojan el imponente retablo de colores dorados que en ella se esconde. Si miramos hacia arriba, encontraremos una de las mayores joyas mozárabes de la zona.

Entre las gruesas paredes de la iglesia de Almenara se encuentra una cubierta tallada con motivos vegetales y ajedrezados que nos recuerdan a los momentos en los que Salamanca aún pertenecía a las extremaduras, cuando don Pelayo comenzó aquella reconquista desde tierras de habla bable.

El crucero nos lleva a dos pequeños habitáculos que bien pudieron servir en algún momento para dar cabida a pequeñas misas, sin tener que utilizar toda, con sendos retablos dorados construidos en madera dorada. Y por fin, el ábside. El ábside recoge la que es, sin duda, la mayor joya escultórico-arquitectónica que posee Almenara de Tormes. De madera con pan de oro y diferentes colores, el retablo mayor de la iglesia de Santa María de la Asunción, de estilo barroco, es de finales del XVII, del año 1699. Fue mandado hacer en el año 1690 por el entonces obispo de Salamanca Martín de Ascargorta, según consta en el libro segundo de Fábrica en la página 33, siendo realizado por Francisco García y dorado en 1706 por Manuel Esteban Martín, según reza su apéndice. Mide 8 metros por 3 metros 20 de altura y está presidido por una imagen de la Asunción de la Virgen, titular de la iglesia, rematada con un lienzo en el que se relata la visita de la Virgen a su prima Santa Isabel.

Al salir de la iglesia tenemos que caminar unos metros para poder alcanzar la entrada del pueblo. Y allí nos encontramos con la que llaman ermita del Humilladero o del Cristo de las Batallas. De traza rectangular, estuvo dividida por un arco que en 1949 se derribó por estar ya muy inclinado, siendo párroco en ese momento Ángel de Arriba Muriel. El altar es presidido por un Cristo bajo la advocación del Cristo de las Batallas, procedente del siglo XIII o XIV, en buen estado de conservación. A la entrada, una cruz erguida de piedra de Villamayor recordaba, hasta la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, a aquellos que cayeron en la Guerra Civil española y que pertenecían al pueblo de Almenara de Tormes.

Muchas son las leyendas que recorren a la creación de esta aldea, pero lo que es innegable, por los restos arqueológicos y las diferentes excavaciones que allí se encuentran, que a principios del segundo milenio, más concretamente en el siglo XII de nuestra era, existió un castillo que albergó la vida del pueblo. Lo que desconcierta al habitante del lugar que se preocupa por la historia de su localidad, como asegura el alcalde, es que «no se encuentre ninguna casa noble en todo el pueblo; y esto era una villa feudal, a mí que alguien me explique por qué es así». Porque no ocurre lo mismo en Ledesma ni en otros lugares con la misma historia que este pueblo. Y el castillo existió. Y le dio vida a la aldea que hoy, en forma de pueblo, acoge a unos 280 habitantes censados con siete concejalías, cinco del PP y dos del PSOE y que, como recuerda el primer edil, «no importa, en un pueblo tan pequeño como éste, el partido que esté en el Gobierno, lo que importan son las personas que se presentan en las listas».

Puente Bailey

Otra de las curiosidades que acoge Almenara reside en el río. En el enlace de unión que tiene con los pueblos de la otra margen del Tormes. El puente Bailey, de estilo militar, es el único que se encuentra en toda España de iguales características y fue mandado construir por un vecino para poder acceder a la gravera que se encontraba al otro lado del río. Antes de que existiera el puente, el Ayuntamiento sacaba a subasta la barcaza que servía para poder cruzar el río. Porque el pueblo, con familias de tradición pescadora, no podría entenderse sin la existencia del río Tormes.

Los habitantes de Almenara echan en falta más vida joven en el pueblo, porque, según aseguran algunos desus vecinos, «cada vez son más los jóvenes que marchan a la ciudad y el pueblo queda desierto». Con una población ciertamente envejecida, son muchas las actuaciones que se llevan a cabo a lo largo del año desde las diferentes concejalías del Ayuntamiento para llamar a la gente joven. Para impulsar el tradicionalismo, en la festividad de San Blas, el 3 de febrero, el Consistorio organiza las jornadas de matanza típica de Almenara, desde las que se impulsan los valores rurales y se intenta captar a la gente más joven y educarles en aquello que diferencia a un pueblo de una ciudad. A este respecto, desde la Corporación señalan que «no debería perderse la tradición de la matanza, pertenece a nuestras raíces».

Otra de las grandes festividades del pueblo tiene lugar en las primeras semanas de agosto, en las que se organizan las fiestas patronales del municipio.

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