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De hecho abarca de domingo a domingo, y uno tiene la sensación de que la sombra del actual director deportivo del Real Valladolid empezó a ... hacerse grande meses antes de aterrizar por segunda vez en el estadio Zorrilla. Y digo segunda porque, como bien sabes, sus primeros pasos como blanquivioleta los dio de la mano de Braulio Vázquez con Carlos Suárez en la presidencia. Con el primero hizo las prácticas y el segundo las compulsó, y uno se atrevería a decir que del primero nada aprendió y todo del segundo, incluido un 'Tratado de supervivencia' que a esta hora aún le tiene tocando el piano mientras se sigue hundiendo el barco.
Antes de que Pedro Sánchez escribiera su 'Manual de resistencia', Catoira ya había soñado varios capítulos e interiorizado ese que te atornilla a la silla si garantizas sumisión al dueño del negocio. Solo así se puede llegar a entender que se vendiera a Boyomo con la liga empezada y se comprara un lateral izquierdo con la liga terminada.
Un hombre de fútbol de los de toda la vida, de los que se conocen el número de pie que calzan todos los directores deportivos de la liga, me confesaba hace unos días una conversación que tuvo con un alto cargo del Espanyol cuando se anunció la llegada de Catoira a Valladolid. Por no extenderme, lo resumiré en la primera frase al descolgar el teléfono:
- ¡Este año solo bajan dos!...
Un descenso, todavía virtual, que ya se ha llevado por delante a dos entrenadores, un portavoz y un CEO, sin un solo rasguño que lamentar en la figura de quien ha configurado la plantilla. Las comparaciones no se sostienen. Pacheta no aguantó un set en el Bernabéu cuando Pezzolano se despertó en el banquillo tras recibir siete en Barcelona. Y del mismo modo, Fran Sánchez cayó tras un mercado estéril cuando Domingo Catoira lleva dos en barbecho.
La sombra de este último recuerda a la del ciprés cuando Delibes noveló aquel personaje, el de Mateo Lesmes, que defendía que para ser feliz hay que evitar toda relación con el mundo. Catoira, en su afán por estimular nuestra felicidad, responde a la perfección al proverbio que nos sumerge en 'La sombra del ciprés es alargada', y que dice que «Un amigo hace sufrir tanto como un enemigo».
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