Biuk se lamenta desde el suelo de una ocasión fallada. Rodrigo Jiménez
Gambetas largas

Nadie escapa de la insulsa mediocridad

«La libreta de Almada sigue atascada. Optó por la continuidad a pesar de la decadencia, con dos pinceladas en el once, que tampoco sacaron del aplatanamiento táctico al Pucela»

Domingo, 28 de septiembre 2025, 21:37

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Lachuer y Ponceau, más expectativa que realidad

Menos mal que llegaron para ser titulares y marcar la diferencia. La expectativa por encima de la realidad, el rendimiento por debajo de lo cincelado ... en el verbo de Víctor Orta. Lachuer y Ponceau animaron la campaña de abonados. Es su mejor obra hasta la fecha. Sobre el verde, atinan poco. Más hierro que cesta. Uno llegó para competir con Juric, pero se encuentra a años luz del croata. El otro fichó para discutir el puesto a Chuki en la media punta. Más lejos todavía. Será cuestión de tiempo, de ganar minutos en los Anexos y de que la comprensión oral se transforme en rendimiento táctico. El Real Valladolid no se puede permitir que dos de sus contrataciones más rimbombantes sigan siendo perchas opacas, cromos del FIFA con la media de un juvenil. Con los pies en la tierra, lejos de artificios en el discurso, la triste realidad del Pucela es que Alani y Chuki, ahora lesionado, ofrecen mejores prestaciones que dos futbolistas que necesitan calzarse el mono para marcar las diferencias prometidas.

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2

Biuk se estrella contra el larguero

Biuk y Amath mejoraron con respecto a los encuentros precedentes. Pedían banquillo y Almada les regaló una oportunidad más. Tal vez porque lo que tiene en el armario no le convence. Y ahí reside la principal preocupación a estas alturas del curso. Ocho jornadas después, no hay demasiada alternativa. A lo que iba, que Biuk y Amath, sobre todo el primero, elevaron sus prestaciones. El croata encontró más filo por dentro, a contrapié. Estuvo cerca del centro de la diana, pero el dardo, con más tensión que puntería, se estampó en el larguero. La jugada pedía calma, seguridad con el interior de la bota. El cuero a ras de hierba, la pelota en el hierro de atrás. Biuk optó por el zapatazo. El Pucela no tuvo mucho más. La Cultu tampoco, pero metió el cuchillo con certeza para castigar el grosero error de Lachuer. El técnico uruguayo sigue comprobando, una jornada más, que la Segunda no es ninguna broma y que cualquiera, por escasas que sean sus virtudes, te puede hacer un traje con las marcas prietas y la eficacia por bandera.

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La distancia entre los que están y los que vienen

Todavía no tengo claro si Almada es fiel a sus ideas por convicción o por obligación. Al otro lado de su once tipo, hay más eco que dolby surround. Poca chispa de los nuevos, que son incapaces de escapar del banquillo. Una distancia enorme entre los que están y los que aspiran a ocupar una plaza en el once. El Pucela está aplatanado, genera fútbol en modo tractor, lejos de aquella tuneladora en el robo y el despliegue que deslumbró en las primeras jornadas. El conjunto blanquivioleta corre, pero no le luce. Llega demasiado atrancado. Es incapaz de leer las trampas tácticas de los adversarios. Almada está bloqueado y el Real Valladolid atorado. No funciona ni el balón en largo. La clave de la mejor versión del cuadro pucelano residió en la presión adelantada, el robo en campo contrario y el puñal siempre prieto. De un mes a esta parte, los resultados ya no consiguen tapar la decadencia. Mucha plancha para volver a ser ese equipo dominante y alegre de las primeras jornadas.

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Sin presión adelantada ni imaginación con el cuero

Guillermo Almada diseñó un once agresivo, con filo y martillo. Tenso en la presión, recio en la retaguardia y punzante en ataque. Vertical, solidario e inteligente para descifrar la propuesta defensiva de su oponente. El Pucela no es ni su sombra. Está colapsado en la creación, ancho en la marca y acorchado en el remate. Salvo el de Biuk, el más claro del choque, todo fueron amagos. Parece que sí, pero no. Con la cámara lenta activada en los costados y la sala de máquinas gripada, al conjunto vallisoletano solo le queda la calidad individual. Y en este contexto, que vive en el reverso de lo que ha sido la mejor versión del equipo desde que comenzó el curso, el Real Valladolid tampoco tiene capacidad para confiar en chispazos singulares. Sin el predicamento coral, el zarpazo se convierte en una caricia.

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La revolución obligada se quedó en amago

El diván que representó Almada sobre el césped de los Anexos en el primer entrenamiento semanal se quedó en el intento. El equipo sigue deprimido, sin ideas, en el margen contrario de un club que intenta presentar sus credenciales para pelear por el ascenso. Un partido puede ser casualidad. Cuatro, no. Una mala actuación la tiene cualquiera, pero cuando al patrón futbolístico se le ven las costuras en mes y medio, el problema es bastante más profundo. El once inicial del uruguayo pide variedad y cambios, revolución para despertar a los que van cuesta abajo y empujar a los que ven la cima delante de su mirada. El míster eligió continuidad y el Real Valladolid puso punto y seguido a una depresión que se está convirtiendo en costumbre. Es hora de que los nuevos se activen, es tiempo de terminar con los estatus vacíos. Caer en la mediocridad puede ser irreversible.

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