¿Quién confía en quién en el vestuario del Real Valladolid?
Partido de vuelta ·
Es el jugador el que tiene que dar confianza al entrenador para que le ponga en el once y le convierta en pieza clave de su pizarra. No al revésEntre Diego Cocca y Paulo Pezzolano existe un abismo. Y no solo en el plano futbolístico, que es evidente, sino en las formas, en el ... verbo, en la verdad por delante del tapujo. Cada vez que agarra un micro no se deja nada en la trastienda y dice las cosas como son, aunque duelan. En su última comparecencia, después de la derrota ante el Rayo, lanzó una teoría que retira los trampantojos sobre los que se parapeta la engordada burbuja del futbolista profesional. «Los jugadores me tienen que dar confianza a mí, no yo a ellos», matizó. La sentencia en sí misma representa un cambio de paradigma en la gestión del grupo y, si me apuran, también del club y de la propia masa social. Me explico. Aquí terminan los algodones y los divanes, la sensibilidad desmedida con estrellas que cobran una millonada y que necesitan sentir la palmadita en la espalda hasta para ir al baño. Cocca da la vuelta a la escena e impacta directamente en la diana para sacudir la zona de confort de los futbolistas.
La confianza reside en el contrato que tienen firmado, en muchos casos con cifras muy por encima de su valía y su rendimiento. A partir de ahí, el resto de las aristas corresponden a su responsabilidad, a afrontar la realidad de su profesión con madurez, entendiendo que además de derechos tienen obligaciones ineludibles. Una de ellas, la más importante, reside, precisamente, en lo que apunta Cocca. Es el jugador el que tiene que dar confianza al entrenador para que le ponga en el once y le convierta en pieza clave de su pizarra. No al revés. El esfuerzo y el sacrificio son innegociables. Los resultados deportivos, también, pero no dependen de la individualidad, sino del éxito coral.
Al hilo de esta cuestión de confianza pluridireccional, Luis Pérez apareció en la entrevista postpartido para lanzar una piedra contra la afición del Real Valladolid. El capitán blanquivioleta, con todo lo que supone portar el brazalete, generalizó de forma grosera. Entiendo su frustración porque a nadie le gusta que le insulten. No justifico, ni mucho menos, a los cuatro energúmenos que utilizan el fútbol para desfogarse, pero el andaluz no puede meter a todos en el mismo saco porque, entre otras cosas, no es cierto. Omitió, sin embargo, su responsabilidad en el ridículo colectivo que están perpetrando este curso todos los estamentos del club. Tampoco pidió perdón por ser colistas y verse incapaces de pelear con decoro por la permanencia. Vuelvo a la frase de Cocca. ¿Quién debe dar confianza a quién? Estoy seguro de que, si la hinchada viera un grupo de profesionales comprometidos, unidos y que se dejan la piel cada semana la cosa sería diferente. Si la masa social percibiera un club que vela por la integridad de la historia y la viabilidad del futuro, que va al mercado de fichajes para reforzarse, no para descapitalizarse, y que se mantiene fiel a su cliente principal, seguro que acudiría a Zorrilla a disfrutar, a aplaudir y a animar. Incluso por encima de los resultados. Pero como la película discurre precisamente por caminos opuestos, nos estampamos contra una realidad que divide. Luis Pérez, el club y el resto de los futbolistas deben entender que este deporte tiene un grado de pasión singular. De ahí, que cuando aparece la pérdida de confianza, llegan los sinsabores y las frustraciones. Sin insultar y con respeto, la afición puede reclamar sus derechos, del mismo modo que lo hacen los jugadores cuando se aferran a sus contratos y la entidad cuando pasa las cuotas de los abonos.
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