Lluvia de tinto
La capital del Rioja nos espera para rociarnos con miles de litros de vino. Hay que ir de blanco y bien armado porque en esta guerra no hay aliados ni prisioneros
PPLL
Viernes, 27 de junio 2014, 12:02
Haro, centro neurálgico de la Denominación de Origen Rioja, es por San Pedro una explosión de vino que remarca la histórica relación de la localidad jarrera con un sector al que sitúa en el mapa desde hace más de siglo y medio. Los Riscos de Bilibio, ese singular espacio que dibuja el paso del Ebro por Las Conchas, se convierte cada 29 de junio en una fiesta sin límites donde el vino asume todo el protagonismo de las fiestas en honor del patrón que se encarama a lo más alto del roquedo. Y donde se abren las puertas de la ciudad a una muchedumbre que llega desde diferentes rincones del país y del planeta.
La Batalla del Vino, fiesta de interés turístico nacional, llega este domingo envuelta por la enorme atracción que despierta y las incógnitas que llegaron a surgir en relación con su origen debido a las infinitas teorías que se ofrecieron sobre su origen.
Ciertamente, no es tan antigua como para situar sus inicios en la época medieval, donde nadie habría entendido el derroche de un producto con tan alto valor por entonces. Ni, desde luego, ha podido ser documentalmente relacionada con disputas territoriales entre Miranda de Ebro y Haro por los pagos de Bilibio y los Montes Obarenes, sobre los que se asientan.
El origen de la guerra
A decir verdad, que haya llegado a situarse en la Edad Media responde al hecho de que tiene lugar durante la celebración de una de las romerías más antiguas de la capital riojalteña, y que rememora la proclamación de San Felices, el anacoreta que dirigió los pasos de San Millán de la Cogolla desde su retiro en los Riscos, como patrón de la entonces villa por aclamación popular.
Y que haya llegado a decirse que supone una reclamación patrimonial, pudiendo perder su titularidad como para no levantar el pendón sobre la más alta de las rocas cada año, responde a una romántica creación sustentada en los contenciosos judiciales que Miranda y Haro mantuvieron con el monasterio de Herrera, hasta bien entrado el siglo XIX, por derechos de pastoreo sobre el lugar, llegando a intervenir en ello la Cancillería de Valladolid.
En todo caso, la sorprendente celebración que se encuentra a día de hoy el viajero que se acerca a la capital del Rioja parece ser un acontecimiento que resultó de la espontánea genialidad de mozos de principios del siglo XX que inventaron los bautizos de vino tan criticados en ese momento por quienes los consideraban una muestra de pésima educación. Especialmente teniendo en cuenta que muchos de ellos se realizaban en pleno casco urbano, a la vuelta de Bilibio a la ya ciudad.
Lo que entonces fue una descabellada ocurrencia es, cien años después, una bendita locura a la que uno se puede sumar aceptando una premisa: en la ciudad elegida por los vinateros franceses para elaborar los vinos que permitirían abastecer sus mercados durante el desastre de la filoxera, el vino lo empapa todo y lo hace con absoluta libertad, sin límites.
Y eso supone que calará a los participantes hasta los huesos, haga frío o calor, para reclamar de nuevo el protagonismo que adquiere en una población donde se asientan la mayor parte de las bodegas centenarias de la región.
Los niños, con mosto
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Cada 27 de junio se celebra una versión infantil de la Batalla del Vino junto a las riberas del río Tirón, en el término de El Ferial. Se trata de una curiosa contienda que tendrá lugar hoy mismo, a las 10.30 horas, y que presenta ciertas peculiaridades. La más llamativa, el hecho de que el personal menudo se arroje vino sin graduación alcohólica. Es decir mosto. Otro aspecto que evidencia el propósito que se persigue con esta iniciativa
Pero vayamos con el manual de uso del buen contendiente. A las campas de Bilibio, paraje situado a cuatro kilómetros de la Plaza de la Paz, se llega en coche antes de las ocho de la mañana para poner orden y criterio en el estacionamiento, más bien escaso. O andando antes de las 8.45 horas si se quiere participar en la misa que se oficia en la ermita del patrón.
Eso sí, de blanco inmaculado y ropa en desuso que, probablemente, no pueda volver a vestirse. Los puristas van con fajín colorado a la cintura y armados de bota, arma con la que arrancó esta curiosa tradición y que cada día gana más adeptos aunque para arrojar la munición etílica valga todo. Desde baldes hasta pistolas de agua, garrafas, sulfatadoras bien saneadas o regaderas.
Muchedumbre tintada
Porque la fiesta, en esencia, consiste en eso. Sobre el campo de batalla no hay aliados. Todo el mundo se arroja, a discreción, el vino del que dispone para convertir a la tropa, impoluta en el inicio, en una muchedumbre tintada en tonos violáceos por obra y gracia del vino que más internacional ha hecho a la localidad jarrera.
Dice la tradición que la contienda no debería comenzar hasta no concluir el oficio religioso, ondearse el pendón de Haro sobre las cumbres y escucharse la detonación del cohete que anuncia el inicio de la fiesta. Pero no debería sorprender que desde una hora antes ya fluya sobre el personal y el paraje buena parte de los miles y miles de litros de vino que acabarán vertiéndose sobre tropa y escenario campal a lo largo de toda la mañana al son de las charangas que azuzan la refriega.
Después llega la hora del almuerzo y el regreso a la ciudad que se hace a lo grande. Los romeros se concentran sobre el río que vadea el río Tirón, y se asoma a la Plaza de la Paz, donde espera el vecindario para asistir a sus vueltas, afrontando en un baile interminable la ascensión por la calle Navarra antes de saltarse a las vaquillas en el coso taurino y despedir sin remilgos el ciclo de San Juan, San Felices y San Pedro.
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