Las tiendas de pueblo se aferran a la vida mientras esperan el impulso de las ayudas
Los propietarios de los establecimientos insisten en que no son rentables, pero son conscientes de su importancia para la pervivencia del municipio
En Fuentes de Nava, con poco más de 600 habitantes censados, Umi Martín atiende con una sonrisa a quien entra por la puerta de su ... tienda. No hay música de fondo ni ofertas imposibles. Hay pan del día, fruta fresca, pescadería dos veces por semana… y confianza, esa que permite apuntar lo que no se puede pagar hoy o pedir que te guarden una docena de huevos para mañana.
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Ella es el alma del Súper Fuentes, un negocio abierto en plena pandemia, justo cuando todo cerraba. «Lo estaba preparando todo y justo cuando iba a venir el camión, nos confinaron. El arranque no pudo ser más difícil. Pero aquí estoy. Y no me quejo», recuerda cinco años después, satisfecha de que ni siquiera la pandemia la disuadiera de dar el paso que hoy es su vida. En verano con ayuda, en invierno sola.
Ni la pandemia, ni la escasa rentabilidad de un negocio que sobrevive en un pueblo pequeño. «Yo aguanto porque me gusta. Porque soy de Fuentes, aunque viva en Palencia. Pero esto no es mío, tengo que pagar alquiler, luz y otros gastos. Si esto lo lleva una familia con niños, no sale», asegura con la certeza de que mantener abierta una tienda en un pueblo no es solo una aventura económica, es un servicio.
Y eso viendo que a su alrededor, la realidad rural va adelgazando. Cada año hay menos niños, más casas cerradas, más vecinos que envejecen y menos oportunidades de echar raíces. «Aquí en invierno solo quedamos los mayores. Los jóvenes trabajan en Palencia y hacen allí su vida y generalmente la compra. Pero para los que están aquí, tener un sitio donde comprar leche o pan es un lujo», afirma. Por eso resiste.
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A 70 kilómetros, en Tabanera de Cerrato, no queda ni eso. Lo intentaron. Hace años, el Ayuntamiento lanzó una oferta que parecía irrenunciable: tienda de ultramarinos equipada, vivienda municipal en la plaza y alquiler simbólico. La propuesta era casi un regalo porque la oferta incluía el traspaso de la tienda del pueblo con la vivienda incluida. Todo listo para entrar a vivir y a vender por apenas 160 euros al mes. «Con todo equipado, caja registradora, cámaras, listo para empezar. Y aun así, solo duró ocho meses. Se marcharon. Ahora está cerrada», lamenta el alcalde de localidad, Jaime Gutiérrez.
«Para vivir de esto no llega»
«Es muy difícil que alguien se quede en un pueblo tan pequeño solo con la tienda. Tendría que tener otro trabajo. Para vivir de esto no llega», continúa. Y lo argumenta. De los 140 vecinos censados en Tabanera, apenas 80 duermen allí todo el año. Y el resto se reparte entre el verano y los fines de semana. En verano puede haber entre 200 y 300 vecinos, pero con esos números no se mantiene un negocio, las cuentas no salen. Así que no queda otra que coger el coche para ir a Venta de Baños, a Baltanás o a Palencia a comprar.
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Y eso que, a falta de tienda, el panadero llega cada mañana a Tabanera. También lo hacen, a días, el pescadero y el frutero. «Los comercios rodantes nos salvan. A esos habría que ayudarles más, para que no nos abandonen», dice Gutiérrez, que valora también el papel de servicios como el taxi rural de la Diputación, que lleva a los mayores a hacer la compra por cuatro euros a los pueblos más grandes.
Ahora, con las nuevas ayudas que la Junta ha bautizado como Cheque Comercio Rural se intenta dar un poco de oxígeno a estos negocios. Hay ayudas de hasta 5.000 euros para abrir, 2.000 para mantenerse y líneas específicas para reformar o comprar vehículos.
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«Los comercios rodantes nos salvan. A esos habría que ayudarles más, para que no nos abandonen»
Umi aún no ha mirado las bases. «He intentado acogerme a ayudas otras veces y nunca he podido. Por una cosa o por otra, nunca encajo. Pero esta, si es para mantener, igual sí. Porque yo tengo gastos, el alquiler del local, la luz, el género. En verano hago caja, pero el invierno es largo, y hay meses duros», confiesa. Durante esos meses, el supermercado se convierte en el refugio de quienes se quedan. Umi conoce a todos por su nombre, les guarda el pan, les fía si hace falta, les pregunta por sus achaques. «Aquí es diferente. Si alguien viene sin cartera, me dice que me lo paga otro día y punto. Esto es más que un super, es un lugar de encuentro», relata.
Otras soluciones
Ella sola lo atiende durante todo el año. En verano contrata a alguien para ayudar, porque la población se triplica. «Los de fuera responden muy bien, me hacen mucha compra. Y eso me ayuda a guardar para el invierno y mantener el negocio abierto. Porque vivo sola, pero si fuera una familia con hijos, no llegaría. Es difícil vivir sólo de esto», reconoce.
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En Tabanera, Jaime coincide. «Por mucho que haya ayudas, lo veo complicado. La idea es buena, pero ¿y cuando se acaban los 5.000 euros? ¿Cuánto puede aguantar esa persona? Si vende 20 barras de pan y un kilo de arroz a la semana… no sale», resume Jaime, con la serenidad de quien no se resigna pero tampoco se engaña.
Por eso defiende otras soluciones, como apoyar a los comerciantes ambulantes que recorren los pueblos a diario. «Esos sí mantienen viva la chispa». El panadero, el pescadero, el frutero que llegan todas las semanas a Tabanera. «Les deberíamos ayudar a ellos para que no abandonen. Porque sin ellos, esto sí que se hunde», asegura.
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«Mantener abierta una tienda en un pueblo no es solo una aventura económica, es un servicio»
Aun así, no descarta que alguien, con ganas y otra fuente de ingresos, se anime a reabrir la tienda cerrada del pueblo. «Quizá con las ayudas, quien ya tiene una pensión o una pareja con otro trabajo, pueda intentarlo. Pero sin red, es un salto muy arriesgado», admite.
Ambos coinciden en que, en pueblos de menos de 200 habitantes, montar una tienda sin otro ingreso es poco menos que heroico. Pero también saben que sin tiendas, sin servicios, sin vida diaria, el pueblo se muere. Por eso Umi abre cada mañana. Y por eso en Tabanera siguen esperando que alguien vuelva a intentarlo.
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