Un gato y dos caballos para romper con la monotonía en San Antón
Decenas de propietarios de mascotas, fundamentalmente perros, abarrotan San Miguel para que sus animales reciban la bendición
Ni periquitos, ni tortugas, ni serpientes. Ni un triste hamster. Perros, perros, perros y más perros. Y así hasta más de un centenar, una monotonía rota únicamente por la presencia de un tímido gato, bien guarnecido entre los brazos de su dueña, y de dos caballos, ejemplos de tranquilidad y buena doma, entre un sinfín de canes que les miraban con extrañeza. Pero como era el día de San Antón, patrón de los animales, y el agua bendita esperaba, ya preparada, para que concluyese la misa, los entornos de San Miguel figuraban una balsa de aceite, en la que apenas nada se movía.
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Ni un gruñido, ni un ladrido, plena tranquilidad en un mar canino que se extendía por toda la plaza, a pesar de que la mañana no era la más apetecible para estar en la calle. Porque el frío que reinaba ayer en Palencia no era cosa de broma.
Los pobres animales temblaban, mientras esperaban que llegara el momento de las bendiciones. Y eso que buena parte de las mascotas lucía ayer sus mejores galas: capas, gorros, bufandas, de todo un poco, de todas las formas y colores. Una auténtica pasarela canina.
Y también todo un foro de conversación especializada en el mundo de los perros, desde las razas, hasta las enfermedades, sin olvidar la dieta, la edad o incluso los juguetes preferidos. «Yo también tenía un yorkshire. Tenía 14 años, pero se murió el mes pasado», comentaba uno de los periodistas que cubría la bendición de los animales con el propietario de un ejemplar de esa misma raza. «Pues este también va mayor. Y me ha dicho el médico que tiene el corazón muy desarrollado y quizá por eso lo de las manchas que le han visto en los riñones», contestaba el dueño del animal, intentando hacer más amena la espera.
Y por fin llegó el tuno, Fernando Salomón, uno de los párrocos de San Miguel y Nuestra Señora de la Calle, tomó el hisopo y comenzó la bendición de los sufridos animales, dispuestos en dos largas colas que iban desfilando ágilmente ante el sacerdote. Y como premio para su buen comportamiento, una galleta ofrecida por la Cofradía de San Antón.
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