Asier Aparicio defiende en su pregón el localismo como un complemento del espíritu universal
El escritor y profesor anima a los palentinos a «ahondar en nuestras raíces para alcanzar mayor altura»
RICARDo S. RICO
Jueves, 25 de agosto 2016, 22:52
Don Quijote posaba su yelmo en una de las butacas del patio del teatro Principal, Hamlet su calavera en la contigua. Calderón de la Barca estaba en la platea, Ernesto Sábato pululaba entre bambalinas, Antonio Gala se acomodaba en el palco. Homero y Bukowski andaban también por allí, arropando con su saber a Asier Aparicio, licenciado en Teología, diplomado en EducaciónSocial, profesor de Secundaria y de Bachillerato en el instituto Virgen de la Calle y, desde este jueves, el último pregonero literario de las fiestas de San Antolín. En su haber, 52 obras de teatro, seis novelas, más de sesenta artículos y un pequeño ensayo, una prolífica producción para un autor que considera vital y urgente «la globalización de la cultura», que se siente universal «porque fui niño en Palencia» y que defiende que el «ser local» no está reñido con el «ser universal» sino ambas dimensiones complementarias de la persona.
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Asier Aparicio nació en Bilbao en 1976, «siete años antes de que la gabarra se pasease con Clemente por la ría», debido al éxodo. «Como otros muchos, especialmente gentes de la Valdavia, de Guardo, de la Peña, de nuestro norte y de toda la geografía palentina», cuando el campo «comenzaba a expulsar a sus hijos en pos de trabajo», añadió el escritor y profesor, que recuerda de Bilbao y de Durango tan solo «un balcón con muchas flores, flores que trajo mi madre aquí a un balcón parecido y gracias a las cuales no extrañé nada como bebé». De ahí que Aparicio asegurase no sentirse palentino de adopción, «porque no lo soy, sino de cepa añeja», antes de detenerse en su infancia, «ese lugar o estado al que todos regresamos siempre o de algún modo con el fin de reubicarnos».
Aparicio aludió a sus vivencias en la calle General Mola, las clases de parvulitos y gran parte de la EGBen el Blas Sierra, sus correrías por las calles Los Pastores y Las Monjas y las nueces que recogía en huertas junto al río. «Nuestra vida era muy de pueblo, íbamos a por leche a las vaquerizas, comprábamos lechugas y tomates en las huertas cercanas, adquiríamos el vino a granel en las bodeguillas...», señalaba Aparicio, que incidía en cómo uno de sus primeros recuerdos era «lo lejos que ponían el circo y las barracas en San Antolín, allá detrás de San José».
Aparicio evocó las heladas y las crecidas del Carrión, la apertura del Pryca, los viejos columpios de los Jardinillos y su reforma con sus nuevos estanques de patos, así como el auditorio del Parque del Salón, «donde vi a los payasos de la tele por primera vez». También «el caos de coches en la Plaza León», el número «infinito» de pasos de peatones que había que cruzar «para echar una carta en Correos o ir al ambulatorio», los barrios de San Juanillo y Pan y Guindas «en construcción», la vieja Biblioteca, hoy sede de la Fundación Díaz Caneja, los cines Don Sancho y Don Santiago, la plaza de Abastos abarrotada de puestos en sus laterales, el torneo de baloncesto Ciudad de Palencia y a Drazen Petrovic en el parqué...
«Podría seguir con estas memorias, pero prefiero que seáis vosotros los que hagáis feliz memoria, porque cada cual genera su historia y luego la cuenta, y de ese modo es como surge la cultura, así, en maýusculas, la cultura viva y en activo, la cultura como narración colectiva de distintas voces dentro de un mismo escenario y no tanto como saber de muchos datos de forma individual», señalaba Aparicio, que animaba a «encontrar tu propia voz para que otros no hablen por ti y para que esta perdure».
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Asier Aparicio aseguraba que «mi empeño es dejar huella, encontrar mi propio verso, y ello requiere cuidar el espíritu, el auténtico yo, requiere reflexión y practicar el silencio...». «Vivimos tiempos de crispación y de ruido, de etiquetas, de no escuchar las razones del otro. Se opina en bloque y de forma visceral, se politiza cada asunto y al final se convierte en arma arrojadiza contra tu oponente», añadía Aparicio, que hacía hincapié en que «hoy confundimos adversario con enemigo». «A veces pienso que por nuestro país no pasó la Ilustración bien entendida, o puede que lo hiciera de puntillas», agregaba Aparicio, que se definió como autor local porque «ser local no está reñido con ser universal» sino todo lo contrario, pues ambas son «dimensiones complementarias de la persona».
«Lo local no es sinónimo de lo ácerrimo, lo propio como universo acotado resulta una perversión», aseguraba Asier Aparicio, que abogó por la urgente y vital globalización de la cultura. «Esta no puede hacerse por imposición, sino como en el teatro, abriendo los oídos, escuchando y dejando ser y hablar a nuestro interlocutor, sin colocarle una etiqueta», agregaba el pregonero literario. «Nos sobra estupidez, cortedad de miras. ¡Hay que leer más, escuchar, aprender! Y distinguir la información del ruido», apostillaba Asier Aparicio, al tiempo que insistía en que nuestras mentes «están llamadas a romper fronteras de cualquier tipo y la auténtica cultura no entiende de siglas ni de restricciones mentales, sino que contiene y critica a todas ellas».
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Abundando en su localismo, Asier Aparicio alentó a «amar lo propio, a querer nuestra ciudad y a sentirnos castellanos, también españoles, porque ello no tiene nada que ver con exaltar lo propio a costa de lo ajeno». «Sentir tu localidad no puede constituir una coartada para matar el espíritu universal. Alcanzaremos mayor altura cuanto más ahondemos en nuestras raíces», proseguía Asier Aparicio, que quiso terminar su pregón literario con un homenaje a «esos anónimos gigantes que nos precedieron y que nos muestran una y otra vez nuestras raíces».
Se refería a las personas mayores, «esa gente que nos precede y que, sin ser intelectuales, nos enseñaron valores como la vecindad, la ayuda mutua y el hacer frente juntos a las adversidades». Frente a la adversidad no, pero sí juntos del teatro Principal se fueron Asier Aparicio y Goethe, Aristóteles, Quevedo, Ana María Matute y Plutarco, a tomar una tapa a las casetas. Que no todo es cultura.
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