El pellizco de Morante
Perera y el debutane José Garrido abren la Puerta Grande en la última del abono
josé maría díaz
Sábado, 5 de septiembre 2015, 12:24
No salió por la Puerta Grande, e incluso media plaza le pitaba cuando abandonaba el coso. Como antes lo hicieran mientras daba la vuelta al ruedo tras cortar una oreja al cuarto toro. Pero la verdad es que el pellizco de arte que atesora Morante se dejó sentir plenamente en Campos Góticos, coso en el que pocas veces se han podido ver unos momentos de tanta ternura, de tanto sentimiento entre toro y torero. Porque el sevillano es así, y de igual modo que rápidamente vio que no podría sacar nada de la faena al primero y optó por abreviar tomando el acero entre los pitos del público, también ofreció una cara diametralmente opuesta en el cuarto, al que toreó prácticamente con mimo, con tal dulzura, que hasta cuando flaqueaban las fuerzas del animal parecía levantarlo con su propia mano.
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Con el primero, Morante lo había intentado por ambos pitones, y no había logrado acoplarse en ningún momento. El toro derrotaba continuamente y la embestida era bronca y deslucida. No iba a sacar nada, el viento ayudaba aún menos, y no se lo pensó más. Acero y pitos.
La historia con el cuarto fue completamente distinta. Se trataba de un animal muy noble, pero al que apenas le quedaban fuerzas, pero Morante vio algo, se encaprichó de él y lo llevó a los medios con sumo mimo. Toreándolo con dulzura, con todo el cariño, y ofreciendo la ventaja al toro le fue metiendo en la muleta, para que el mismo público que pocos minutos antes le abroncaba, ahora coreaba los olés con alborozo. Una oreja de ley, por mucho que una parte del respetable se empeñara en mantener su enfado por la actuación ante el primero.
La escasa fuerza de los toros privó también a Perera de un triunfo mayor en el segundo, porque se trababa de un animal noble y encastado, que hubiera entrado a todo lo que le pusieran por delante, si hubiera tenido más fuerzas. Se apagó tan pronto, que no permitió más que un amago de lucimiento. Comenzó, el pacense con estatuarios, y paso a los naturales, para volver con elegancia a la mano derecha. Todo presagiaba un gran triunfo, pero el toro se apagó repentinamente y Perera tuvo que conformarse con una oreja. La faena al quinto también tuvo premio, pero no tuvo nada que ver con la anterior. Se trataba de un toro carente de transmisión, soso y que manseaba, por lo que ante la inutilidad de intentar el arte, el matador optó por los arrimones, por el muslo en la cara del toro, por el roce con la punta del pitón. Poco toreo y mucho valor que el público premió con la oreja.
José Garrido, la novedad de la tarde, trajo también el toreo más fresco, de mayor viveza. No pudo ser ante el tercero, que prácticamente estaba ya muerto de agotamiento antes del tercio de banderillas, pero el presidente optó por mantenerlo en la plaza. Garrido, en el toro de su presentación quiso justificarse e injustificadamente alargó el suplicio del animal en una faena con más ganas del matador que lucimiento por la nula colaboración del moribundo toro.
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El sexto poco tuvo que ver con sus hermanos. Mucho más codicioso, con más brío y recorrido, permitió al joven matador extremeño correr la mano con desparpajo y trazar algunos naturales ayudados de quitarse el sombrero. Una caída del torero en la cara del toro pudo resultar trágica, pero lo único que consiguió fue levantar los ánimos del matador, que retomó los trastos con mayor determinación y culminó una faena soberbia, de mucho gusto y con un final torerísimo y valietne, citando de largo de rodillas. Media, descabello, y dos orejas.
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