La gente joven se está contagiando de la covid-19, con el fin del estado de confinamiento. Dicen las autoridades que las cifras aún no ... son alarmantes. Cuando un político anuncia que no hay que 'preocuparse aún', en realidad quiere decir que habrá que alarmarse mañana. Será entonces cuando las restricciones tendrán que endurecerse y la población pondrá el grito en el cielo. Es algo que no tiene vuelta de hoja.
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A los jóvenes les hierve la sangre. Es lógico: sus hormonas están en plena ebullición y la naturaleza aplica esas veleidades hasta migrar a la etapa adulta. Los chicos y las chicas tienden a agruparse para medir la potencia y la hegemonía de sus cuerpos, escoger pareja y hacerse con el liderazgo grupal. La belleza, la testosterona y todo el cóctel que se agita durante la juventud constituyen un tránsito ineludible. Han vuelto los botellones en espacios privados, pero solo hay que echar un vistazo a cómo interactúa la gente de todas las edades en las terrazas para colegir que quienes acuden a ese territorio del desahogo también serán pronto carne de cañón. Hablan sin mascarilla a diez centímetros de distancia, como en los tiempos de la despreocupación.
El hecho de que el Gobierno permita salir a la calle no es sinónimo de que el virus haya tirado la toalla, ni mucho menos, aunque da la sensación de todo lo contrario. El español es una especie que tiende a colarse por cualquier grieta que le deje abierta la ley. Y, una vez contraído el mal, buscar culpables. ¿En dónde? Solo hay que mirarse al espejo. El de la mascarilla eres tú.
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