El viento

La acción del hombre sobre no pocas áreas de esta tierra ha permitido preservar lugares casi idílicos, en los que la vegetación y la fauna se han hecho dueñas y señoras del entorno hasta crear un paisaje que por momentos parece película.

Ese tesoro verde y natural se ha convertido con el tiempo en un reclamo para quienes, aturdidos por el ruido del día a día, solo aspiran al silencio, a esa especie de paz interior que permite recargar las pilas hasta el regreso a la batalla diaria.

Hoy León, sin embargo, se enfrenta a un nuevo dilema, uno más de los muchos que han marcado su historia. Un dilema como el que en su día llevó a decidir entre la naturaleza o la minería, permitiendo que pozos y canteras desarmaran paisajes excepcionales a cambio de un montón de monedas para una sociedad entonces empobrecida y falta de oportunidades.

El mismo dilema, o similar, que supuso aceptar el levantar pantanos y balsas ahogando entornos de ensueño y enterrando vidas que merecían memoria, otra memoria. Entonces tocaba solidaridad y generosidad con quienes necesitando agua y energía eléctrica no alcanzaban otro modo de encontrarla.

Pero la crueldad, esta crueldad, es recurrente. Toca ahora elegir si el paisaje visual de la Montaña Central de la provincia, la que recorre escenarios con un dibujo bucólico, la misma que toca el cielo desde Valdorria hasta Cármenes, seguirá en su estado original o terminará llena de molinos de viento, aerogeneradores clavados como puñales para producir energía eléctrica como si los tres centenares que ya se encuentra en el noroeste de la provincia o las aguas de los pantanos no fueran aún suficiente.

Los últimos proyectos para la zona antes citada contemplan la implantación de un total de 57 aerogeneradores de 65 pisos de altura (cerca de 200 metros de extremo a extremo, de la raíz a la punta) y visibles desde una distancia de 25 kilómetros.

La primera bandera del rechazo a estos proyectos ya ha sido levantada por la Plataforma por el futuro de la Montaña Central Leonesa. Su presidenta, Esther Domínguez Jové, reconoce de la dificultad para tumbar estas iniciativas pero advierte del duro coste si finalmente se convierten en realidad. «Acaban con lo poco que tenemos», sentencia con un aire de desesperación que llega a conmover.

«Estos proyectos son una golosina envenenada para los vecinos de la zona. Lejos de crear riqueza lo que aportan es pobreza general a cambio de sanear las cuentas de las juntas vecinales», remarcaba días atrás.

Pero si nadie lo impide a la zona de la Montaña Central llegarán cinco proyectos de este tipo convirtiendo las cimas no en un lugar de admiración, como hasta ahora, sino en un elemento casi repelente. Una herida cuyas cicatrices se extenderán a modo de caminos de zahorra abiertos en plena montaña.

No se podrá cuestionar la legalidad de los proyectos, ni se podrá luchar contra una tramitación que en todo caso no entiende de sentimientos.

Pero más allá de esa legalidad queda la necesidad de dejar sobre la mesa un punto de reflexión serena: ¿Merece León perder de nuevo su riqueza natural para alimentar el flujo eléctrico? ¿No ha sido suficiente ya? ¿No merece esta tierra algo más 'verde', que genere más empleo y que no mate la riqueza natural? De verdad... ¿No ha sido suficiente ya?