Es cierto que la vejez se cura muriendo. Pero, mientras tanto, hay que aplicar a quienes la padecen dosis extraordinarias de dignidad y cercanía. Desgraciadamente, ... tuve que acudir regularmente a varias residencias de ancianos dependientes. El primer sartenazo que recibí fue el fuerte hedor a amoniaco que flotaba en el ambiente. No se trataba de un hecho puntual en un centro, sino que era una constante en todos. Ese gas esencial para el desarrollo de la vida es solo el heraldo de lo que vas a encontrarte a medida que te adentras en las instalaciones. En realidad, son aparcamientos-lanzaderas hacia el cielo en el que creen algunos.
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No todos los negociados de las administraciones deben ser privatizables. Los asilos son uno de ellos. Es tautología apuntar que el fin de una empresa de este sector (como en todos) es obtener beneficios, de ahí que la reducción de costes, la productividad bajo amenaza y procastinar en remodelaciones flagrantes conduzcan a sus gestores a escamotear la calidad de vida de sus residentes. Compañías comunes, fondos de inversión y los calificados como 'buitres' no deberían hacerse cargo de nuestros viejos. La búsqueda de la rentabilidad les conduce a detraer calidad de vida y a precios exorbitantes. Lo público no debe buscar el lucro, sino que son los impuestos los que han de sufragar las necesidades sociales. Aun más en el asunto que nos ocupa. Solo hay que ver cuántas residencias son de titularidad pública para colegir que prevalece el desprecio hacia nuestra gente, a lo que hay que añadir el control sancionador tan relajado del que disfrutan las empresas. Este 'statu quo' debe revertirse. La dignidad nunca debe ser sometida a la cuenta de resultados. Mañana puede padecerla usted.
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