La vida útil del candidato
La Platería en llamas ·
«Bustos, Sánchez y Saravia son replicantes programados para desaparecer después de apalancar con su gestión el gobierno de Óscar Puente»El traspaso de poderes tiene más recetas que la tarta de manzana. Su afán por dar una imagen de serena legitimidad, de permanente respeto por ... la continuidad o la norma, es un galimatías arrumbado a los bandazos del atrevimiento y la improvisación. Poco importa que observemos su trámite por medio de la unción divina, de la imposición violenta o del sufragio universal. Tarde o temprano se destapan las fisuras en el sistema y con ellas aparecen las fugas, los parches y los apaños.
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A algunos les da por cruzar el Rubicón o el estrecho de Gibraltar, tomar a gritos la Bastilla o el Capitolio, embarcar en el Granma o en el Dragon Rapide; todos ellos, en cualquier caso, gestos ramificados del primordial y atávico duelo selectivo entre berreas que a punto está de iniciar temporada.
A otros siempre les tirará más la elegancia, la sofisticación y la dramaturgia de los actos públicos y consentidos. Echarán sus dados sobre el fieltro de una moción de censura, se encomendarán a la fortuna calculada de unas primarias o se dejarán embriagar por la emoción hagiográfica de la aclamación que brota tras una peregrinación bien publicitada por las tierras de España o después de los alardes en oratoria exhibidos en un cónclave asambleario.
Incluso están los quisquillosos, como Carlomagno, que rumió disgustado durante años la moviola de su coronación a manos de León III, el papa a quien había ido a proteger y que tuvo el arrogante gesto de imponerle la corona imperial sin previo aviso, en plena navidad. El emperador se empeñó en que su hijo Luis no habría de aguantar intermediaciones eclesiásticas ni sometimientos rituales de ese jaez; que su legitimidad imperial era un asunto personal entre Dios y su linaje. Así que dispuso trece años después de aquello que Ludovico Pio, su heredero, fuera a Roma y se colocara a sí mismo la corona imperial sobre sus sienes. Eso sí, ante el pasmo ojiplático del Papa; que el teatro sin espectadores afectados por el drama ni es vital, ni acaba siendo memorable.
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Nuestra época de celo municipal y nacional ha comenzado, como en el monte, y entre berreas ingeniosas resumidas en los entrecomillados de los titulares comienza cada cual a aplicar sus sistemas para el reparto y la administración de nuestro poder. Porque mucho antes de que los ciudadanos hagamos cola ante una urna, gran parte del pescado se ha vendido ya en la lonja interna de los partidos, conocedores —gracias a los sondeos y salvo batacazo imprevisto— de las líneas de flotación que garantizan la unción inmediata.
En Valladolid, apenas sorprende la impronta de cada cual: el Partido Popular continúa sometido a la verticalidad de su sistema y las candidatas mejor posicionadas miran a lo alto en espera de la caída del manantial con su designación. Óscar Puente no ha encontrado alfas entre sus filas con los que enfrentarse para marcar el territorio, así que su mayor preocupación va a residir en esa manía de la izquierda que se encuentra a su izquierda por reciclarlo todo menos a las personas; la izquierda que practica una obsolescencia programada tan ajena a su ideario en todo lo demás.
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Como monjes tibetanos que destruyen sus mandalas de arena, Valladolid Toma la Palabra decide hoy en asamblea si se deshace de sus concejales o, por el contrario, aprovecha su vida útil y su gancho electoral. Mientras se lo piensan, Bustos, Sánchez y Saravia son replicantes salidos de un cuento de Philip K. Dick, programados para desaparecer después de apalancar con su gestión el gobierno de Óscar Puente. Habrán visto cosas que no creeríamos. Pero, si así lo dispone la asamblea, toda su experiencia se desvanecerá como lágrimas en la lluvia o, cuando menos, como votos fuera de urna.
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