Frente a los problemas que acosan a la tauromaquia, la respuesta está en la adaptación a la realidad y en la vuelta a los usos ... tradicionales. Lo cual, aplicado a los pueblos, supondría olvidarse de las corridas con 'figuras' para recuperar los festivales de siempre, pongo por caso, como el celebrado el domingo pasado en Turégano, cuyo caserío preside el castillo airoso del obispo Arias Dávila, el introductor de la imprenta en España, festival económicamente asumible y taurinamente interesantísimo.
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Los organizadores sabían lo que hacían. Con novillos de Valdespino, una de las pocas ganaderías segovianas que subsisten, pusieron por delante a Rocío Arrogante, rejoneadora con aliciente, colocaron después a dos diestros experimentados (El Capea, que constituye una garantía, porque disfruta y hace disfrutar con lo que le echen, y Cristian Escribano) y remataron el cartel con un novillero joven, Saúl Sáez, y otro jovencísimo, el espinariego Curro Muñoz, prometedor por precozmente asentado y con maneras muy personales, al que las cosas le salieron como supongo que habría soñado. «Ese no duerme esta noche», me comentó Pedro Gutiérrez Moya, el legendario Niño de la Capea, al que también convenció.
La fórmula, a mi juicio, es esta: una divisa cercana, de modo que el traslado desde la dehesa hasta la plaza resulte leve, la novedad de una rejoneadora sugestiva y poco vista, diestros solventes y toricantanos con perspectivas pero que sólo saldrán adelante si tienen oportunidades. En Turégano lo han hecho mejor que bien.
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