
Secciones
Servicios
Destacamos
La señora que está sentada a mi lado en el autobús urbano farfulla «ya están fastidiando el tráfico». Levanto la vista. En el carril de ... enfrente discurre una marcha de bicicletas. Que si una vez no pararon en un paso de peatones, que si seguro que protestan porque quieren que les quiten las multas… Las bicicletas son nuestras enemigas. En unos minutos, llegará nuestra parada, y caminaremos por aceras que ocupan con suerte la tercera o cuarta parte del espacio reservado para autos, entre calzada y plazas de aparcamiento. Cruzaremos mirando a un lado y a otro, porque tenemos las de perder. Pero nadie cuestiona el protagonismo de los coches en las calles: es un sometimiento aceptado. Pero con las bicis… hasta ahí podíamos llegar. Es una pelea entre iguales y casi competimos por el mismo espacio. Porque el carril bici a veces está y otras no. Y es cierto que hay algunas bicis y patinetes llevados por verdaderos cafres. A esa señora le ha pasado, y a los demás también.
La lucha peatón-bici es una lucha cuerpo a cuerpo, entre la misma base. El siguiente escalón es la lucha de los coches por ampliar su radio de control. Decía Ortega Smith el otro día que es un problema de libertad, pero él pensaba solo desde su libertad. Porque si todos metemos «libremente» el coche en el centro, nadie podría moverse por el centro. Y como físicamente es imposible, los ayuntamientos toman sus medidas. La contaminación es un medidor muy importante, aunque es cierto que socialmente podría ser injusto que alguien que no puede cambiar su viejo coche se vea perjudicado respecto a otro que viene de respirar aire puro en su urbanización y elige el más nuevo de sus tres vehículos para entrar en el centro a tomar algo. En fin, es complicado, pero lo de la libertad no cuela, salvo que funcionemos con los parámetros de Orwell: «todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros».
La movilidad construye la nueva definición de ciudad: sitio en el que la gente se gobierna por una serie de reglas para moverse, o algo parecido. Así, en un mundo en diáspora permanente, el principal responsable de que nos podamos mover, Óscar Puente, es el hombre y nombre más citado, y no siempre bien. Como las ovejas, disfrutamos de trashumancia –cuando nos vamos más lejos en determinados momentos del año–; trasterminancia –cuando nos movemos a diario a la provincia de al lado en busca de pasto fresco–, e incluso import-export, si nos trasladamos a otro país, o si vienen para acá, con la maleta grande. Cuando entramos en la CE se hablaba de libre circulación de capitales, bienes y servicios, y las personas creíamos que era para ir de Erasmus, pero hemos resultado el principal objeto transportable. Bueno, puntualicemos, personas en edad laboral, en pleno rendimiento económico, que el mundo no es una ONG.
Esto es palabra de Dios hoy, y por eso, si llega un apagón, no entendemos nada. ¿Dónde está mi mundo, que me lo han cambiado?, decíamos, cambiando las pilas a la linterna. Y no digamos si perteneces a una parte nada pequeña de la población que cada día recorre kilómetros, y cruza montañas y provincias, para fichar en el trabajo. Esos que van a la estación de tren con su mochila y ordenador para emerger en Chamartín, como los viajantes con el muestrario. Los grandes consumidores de transporte saltan a diario de ciudad en ciudad. A efectos del mundo, eres ciudadano donde te reconoce Hacienda, aunque crezca la masa de ciudadanía in itinere. En el vagón van en silencio y se aíslan con cascos, para no pensar en la transición enorme entre casa y trabajo. Son tres personas diferentes: la de su barrio, la de su trabajo y la del vagón. Podrían mantener hasta amantes y amigos distintos, o decir que votan al PP en un sitio y al PSOE en otro. Nadie se enteraría.
En esta escorrentía de kilómetros y tiempo de desplazamiento, en ciudades cada vez más extendidas, con ese calco del sistema de aglomeración francés que se va imantando como círculos concéntricos en torno Madrid, pensaba en lo poco que es media hora para tantos trabajadores que tardan eso solo en llegar a la estación correspondiente. Recuperar tiempo para la vida, decían los sindicatos. Y eso, contando con que el transporte no falle, que bastantes veces falla, aquí y al otro lado de los Pirineos. Es un sistema cansado este, viviendo donde encuentras piso y moviéndote continuamente. Y parece inevitable, como los coches en las calles.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.