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En un viaje de trabajo hubo que elegir un punto al azar del mapa de Zamora para dormir y seguir la ruta al día siguiente. Sería más o menos por estas fechas, hacía frío y anochecía rápido. En un folleto pre internet figuraba un sitio ... como centro de turismo rural en el Poblado de Castro, junto a uno de los saltos construidos en los años cuarenta para generar electricidad. Nos abrió un hombre y nos mostró lo básico. Era un edificio de muros gruesos de piedra de cantería, estilo albergue montañés, no diferente de los que hay en Guadarrama o en Gredos. Un salón con chimenea, butacas castellanas, mesas robustas. Habitaciones espartanas con paredes encaladas, acaso una silla y una mesita de estudio. Un frío gélido. «No se preocupen, están solos, pueden meter todos los radiadores de aceite que quieran», eso dijo. En la cocina, enorme y vacía, como si estuviera a punto de recibir a un grupo de Scouts, solo tenían leche y un saco de cola-cao. Fuimos al único pueblo cercano, a ver si había algo abierto. Ningún bar, solo un ultramarinos de esos que vendían de todo, desde un salchichón a unos pendientes o un saco de canto rodado, tanto da. «Si quieren algo más, ya casi en Miranda do Douro, ahí va todo el mundo».

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