Una pequeña excursión
«En los paneles en los que se recoge la historia del yacimiento romano de La Olmeda aparece su fotografía, tal y como le recordaba. Salvo los zapatos: el día que hablamos llevaba unas zapatillas sencillas»
En estos días de verano en los que elegir Palencia en lugar de Valencia puede ser una prueba de sentido común, como dice El Roto, ... visité por segunda vez La Olmeda. Había estado allí hace más de veinte años, para entrevistar a Javier Cortes. Fallecido en 2009, en los paneles en los que se recoge la historia del yacimiento romano aparece su fotografía, tal y como le recordaba. Salvo los zapatos: el día que hablamos llevaba unas zapatillas sencillas, con suela de esparto, con las que se deslizaba con suavidad por la excavación. Todo empezó en 1968. Los periódicos recogieron la noticia: «Un agricultor descubre un yacimiento romano». Sí, él era el propietario de aquella tierra, y una cuadrilla le ayudaba a nivelar el terreno. Sabía que algo dificultaba la arada, y esa vez excavaron lo suficiente para revelar el motivo. Tras siglos cubiertas por arenas calizas, las teselas emergieron como una superficie blanca. Debajo, una escena de caza, unos retratos, luego unos pies. Después, una cabeza de hombre, ¿con pendientes? Y luego la escena completa, aquella historia de Aquiles escondido en el palacio de Esciros disfrazado de mujer, antes de ser arrastrado por Ulises de nuevo a la guerra, donde murió.
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Al elegir que se removieran aquellas tierras, Javier Cortes inauguró la segunda parte de su vida. Hasta los casi 40 años se había ocupado de la agricultura familiar –estudió para perito agrícola–─; en adelante y hasta los 80, cuando falleció, se empapó de arqueología, de historia, de cultura romana. Siempre acompañado por los que sabían más que él, aunque, con el tiempo, era muchísimo lo que él mismo sabía. A las visitas, al principio con cuentagotas, que llegaban a la Olmeda, ni siquiera les hablaba de su propia historia. Contenido, tímido y preciso, daba un paso atrás siempre. Los años le instalaron en la duda: «a medida que pasa el tiempo, al principio lo ves muy claro, luego se va oscureciendo y cada vez más… y al final optas por decir que esto podía haber sido así, pero también de otra manera. Con las teorías hay que tener cuidado».
En este verano de 2025, la hilera de chopos que flanquea el camino al yacimiento hoy está crecida y da buena sombra. Hay bancos y una valla elegante, paralela al trazado del canal de riego, que antes era la única referencia. La sencilla cubierta de obra de entonces ha sido sustituida por un edificio estupendo, con estancias interiores para exposiciones y actos, una arcada que recrea el patio y una buena pasarela para recorrer la excavación, 35 habitaciones de las que 26 conservan mosaico. No es difícil imaginar la vida en la villa a través de los restos de muros de comedores, dormitorios y pasillos, ni intuir el lujo que supondría ese espacio magnífico en medio de la nada, con suelos cubiertos con teselas delicadas y armónicas. Al menos para mí, que ya no entiendo casi nada, las ruinas tienen más fuerza evocadora que las reconstrucciones en 3D.
Cortes falleció tres meses antes de que el edificio fuera inaugurado. No estuvo ese día en primera línea, aunque ya había sentenciado el futuro de La Olmeda. La primera vez fue el día que removió aquella finca, en vez de sembrar remolachas; la segunda pocos meses después, cuando no quiso vender el mosaico más valioso, el de Ulises y Aquiles, al Museo Arqueológico. Decía que no quería que estuviera «catalogado, pero muerto». Como buen tímido, se agarró a su pequeña certeza: que los mosaicos permanecieran íntegros en la tierra en la que fueron concebidos. Esa decisión seguramente no fue muy práctica ni sensata desde el punto de vista económico, ya que estuvo varios años asumiendo como pudo el coste de las excavaciones. Fue ya en 1980 cuando donó los terrenos a la Diputación y se constituyó el patronato que hoy gestiona el yacimiento.
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Hay una frase en El gatopardo que dice que los humanos «podremos preocuparnos por nuestros hijos, tal vez por los nietos, pero no tenemos obligaciones más allá de lo que podamos esperar acariciar con estas manos». Así es, casi siempre. Pero a veces hay alguien raro y especial, que calza zapatillas.
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