Cuatro de la mañana. Mandíbulas en tensión y párpados entornados. Miles de pasajeros bullíamos por el andén en busca de un taxi. Después de 12 ... horas de odisea, pisábamos la estación de Chamartín los viajeros que salíamos de Galicia.
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La escena se repite allí donde las llamas se ceban estas semanas; desde Cataluña hasta Extremadura, con especial protagonismo de Castilla y León. Han querido los astros que coincida con la inauguración de nuevas líneas ferroviarias para recordarnos que el fuego es todavía más rápido e impredecible que un tren de alta velocidad.
La reacción de Renfe ha dejado mucho que desear. Centrados en eventos institucionales más glamurosos, han dejado a merced de las redes sociales, los empleados de las ventanillas y la tripulación la responsabilidad de lidiar con la incertidumbre de los clientes a los que, apenas minutos antes de coger su tren, les llegan por radio y Twitter los anuncios sobre el estado de su viaje. Ni un mensaje de texto, ni un correo electrónico. Los hay que se enteran en el mismo andén.
La mayoría nos armamos de paciencia conscientes de la gravedad de la situación, pero no deja de llamar la atención la gestión de una compañía que según Sánchez ayer en Burgos tiene «una de las redes ferroviarias más punteras del mundo».
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En las estaciones se intercambian anécdotas con bonhomía y sorna. «Ten fe», le decía este miércoles en Sanabria un zamorano a una gallega entre el caos de la gente, mientras corría a colocar su maleta en el transbordo al autobús.
Los que viajamos estos días, además de hacerlo con mucho respeto, lo hacemos con la esperanza de que pronto entren más compañías, quizá menos punteras, pero más eficientes. Tengamos fe.
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