Pirómanos
Castilla y León arde. Y a algunos eso parece hacerles gracia, y frivolizan, y pilotan trenes a los que nadie debería subirse
Hay pocas estampas más desoladoras que un espacio natural arrasado por las llamas. No son el olor o la negrura, que también. Es, sobre todo, ... el silencio. La ausencia de vida. En un bosque tiznado, los únicos que sobreviven son los mosquitos, depredadores voraces en busca de sangre fresca. Los pájaros no sobrevuelan sobre tierra muerta. Salvo los carroñeros.
Hay incendios fortuitos, accidentales o negligentes. Y luego están los provocados, los que buscan daño, beneficio o placer. Hay días que son especialmente propicios para prender la mecha con ese ánimo. Las altas temperaturas con baja humedad y ese viento que se agradece al caer el sol tras una jornada tórrida son la combinación perfecta.
La piromanía se considera en psicología un trastorno mental relacionado con el control de los impulsos y, a pesar de que no es sencillo dar con ellos, al pirómano o piromaníaco le pueden caer hasta veinte años de prisión, aunque entre cinco y diez suelen ser las condenas más habituales. El fuego, como fuente de excitación, aunque de ella solo emane ruina.
También están los incendiarios, en quienes no se reconoce más conducta anómala que la maldad o el interés particular. Para ellos no es esencial disponer de un mechero. Un dispositivo móvil y equis cuentas en una red social son suficientes. Solo tienden la mano para echar gasolina y sacar rédito –político, claro– del mal ajeno.
Castilla y León arde. Y a algunos eso parece hacerles gracia, y frivolizan, y pilotan trenes a los que nadie debería subirse. No es ni más ni menos que el Principio de Transposición, también conocido como «y tú más», que con tanta destreza aplicó Goebbels. Porque si hay que hablar de mala gestión, siempre será mejor que sea de la del de enfrente.
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