Y sin pasamontañas
«Se aprovechan de la desmemoria, del olvido y de la cobardía para imponer su relato, reinventar la historia y ocupar algunos escaños»
El 9 de julio de 1997 era el día, pero Míguel usó el coche de su padre, en lugar de trasladarse en tren, como era ... lo habitual. Y así, ganó unas horas de vida. Apenas una noche. Algo más. Sus verdugos lo esperaban al día siguiente, como el anterior, aunque en aquella ocasión sí lograron a su presa.
Aquel 10 de julio, también era jueves. Como los depredadores, los terroristas salieron a la caza en grupo, acechantes en la misma estación de siempre; la de todos los días menos el anterior, el de las horas de más. A las tres y media de la tarde, fue cuando a Miguel Ángel Blanco, que acaba de cumplir los 29, lo sorprendieron sus ejecutores. Y por primera vez, y de forma masiva, se rompió el silencio, se venció el terror y la Ertzaintza se liberó de los pasamontañas.
Hoy, para los mismos de entonces, hablar de esto «alimenta la polarización». Como hacían, según ellos, quienes en aquellos tiempos superaban el miedo y se enfrentaban desarmados a los armados. Se aprovechan de la desmemoria, del olvido y de la cobardía para imponer su relato, reinventar la historia y ocupar algunos escaños. Y mientras ellos nos dicen «lo que ocurrió» acomodados en el Congreso, Míguel continúa enterrado en Galicia, donde su familia tuvo que llevárselo diez años después del tiro en la nuca, hartos de vandalismo y profanación.
A Miguel Ángel lo fusilaron unas alimañas, lo profanaron unas bestias, lo olvidaron unos desagradecidos y lo deshonran cada día quienes se reparten el pastel con sus asesinos. Y sí, hay dos polos: el de los asesinados y el de los asesinos; el de los que están dispuestos a matar y los que lo están a morir; los de las manos manchadas de sangre y los de las manos blancas, esas que se alzaron un día diciendo basta a cara descubierta y sin pasamontañas.
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