El súper contra las cuerdas
EL ESPIGÓN DE RECOLETOS ·
«Y hoy nos falta la leche en el súper, porque el Gobierno no ha atendido aún las demandas de camioneros y transportistas, claro»En 2020, en la embocadura de la pandemia, nos dio por pensar que el papel higiénico nos iba a salvar del coronavirus y nos dedicamos ... a hacer acopio, porque previmos la cagalera que nos iba a sobrevenir con el encierro. Después vino la crisis del desabastecimiento de chips y al personal le dio así por comprarse coches hasta de segunda, tal fue el pánico automovilístico del país. Recientemente, tras la invasión de Ucrania, nos ha dado por el aceite de girasol, por la tierra quemada por Putin en aquel país. Y hoy nos falta la leche en el súper, porque el Gobierno no ha atendido aún las demandas de camioneros y transportistas, claro.
Esto no es nada nuevo: ya en 1980, Alaska y los Pegamoides pronosticaron el «terror en el hipermercado, horror en el ultramarinos», porque el espacio sacrosanto de los alimentos e cada día amén se ha convertido en una gráfica de la inflación, en un indicador económico del pánico colectivo, en un índice transparente de las oscilaciones y el rebote bursátil, en un mapa geopolítico del orbe, en definitiva. Íbamos con mamá al economato y allí descubríamos la libertad del producto, la verdad trágica de la charcutería, la justicia solar de las legumbres y la menor cantidad de las valiosas especias.
En el mercado rige el dogma de la pesca y la alimentación y allí se inventó la democracia y hasta la ética, con la proximidad tentadora de las 'cucas' –o dulces, como los llamábamos en casa– o el fanatismo del chocolate, ay. Ahora han etiquetado todo con un ranking de calidad que va de la A a la D y ya nos han hecho perder la inocencia de la cesta de la compra. El supermercado, que era el último reducto de la emancipación multicolor y multisensorial, es ahora una plataforma logística y sostenible, y el tramo final de un canal mayorista. Para lo que hemos quedado, Amore.
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