José Ibarrola

Sonrisa, risa, carcajada

Crónica del manicomio ·

«Quería expresar mi temor a que, en las actuales circunstancias, si estos embozos continúan, es probable que nuestra psicología se vuelva más superficial y simplona, que pierda picardía y profundidad en su conocimiento de las cosas humanas»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 21 de enero 2022, 00:00

La risa es un test que pocas veces falla. A la gente le conocemos por sus modales, sus gestos, sus facciones, sus palabras, pero hay ... un rasgo especial, un estiramiento particular de la cara, que es capaz por sí mismo de ratificar o desdecir la impresión que cualquiera nos causa.

Publicidad

Entre toda la marabunta de análisis y adivinanzas que ha traído consigo la pandemia, pocos ponen de relieve que apenas nos vemos la boca por mor de la diminuta máscara. Y no es asunto baladí, como podrían pensar los que sólo se acuerdan de ella para comer o para hablar, pues en la boca y en los ojos se concentra el conocimiento del alma. Y necesitamos de los dos, del dialogo estético y ético que se establece entre ambos, por lo que si amputamos uno de ellos el otro queda ciego o desorientado.

Así están las cosas. Salvo con las personas más próximas, con las que prescindimos de defensas externas y nos desenmascaramos –las censuras internas a veces se extreman con los más cercanos–, con el resto nos tapamos. Y por no ver la boca del interlocutor perdemos el orden de señales que dirigen la atención que le prestamos a quien sea. No conocemos en cada caso con suficiente precisión si la risa está ausente, si se esboza, si se muestra o si, finalmente, explota. Cuatro significantes llenos de matices cuya presencia, sucesión y oportunidad nos dice a menudo mucho más de lo que aciertan a transmitir o revelar las palabras.

El lenguaje es importante, pero si le quitas del medio los signos de la boca te quedas como si sólo supieras leer los subtítulos de la vida, sin comprender su esencia. O como si escribieras con la cara tapada, haciendo trampas, sin pasar la escritura por los labios después de que cruce la frente despacio y con cautela. La densidad de quien habla con mascarilla enflaquece, hagas lo que hagas, aunque en vez de volver más sencillo el discurso le envuelva paradójicamente en una niebla densa y contraproducente.

Publicidad

Apenas nos entendemos, o lo hacemos incompletamente, si el contertulio esconde su boca. Si no vemos esa sonrisa que apunta a un eco de duda, de ironía o de superioridad, el discurso queda sin colorido, sin temperatura y sin vitalidad. Le oímos como quien escucha un mensaje grabado que nos tiende todas las trampas de lo literal. Necesitamos conocer su sonrisa, con su grado de seducción o de hipocresía, entender su risa, para distinguir si es natural o enlatada, y necesitamos recibir en el rostro la carcajada para saber si es oportuna o extemporánea, o si se acompaña de una inclinación de la cabeza hacia adelante, con aires de contención y reverencia, o hacia atrás, con visos de engolamiento y suficiencia.

En definitiva, quería expresar mi temor a que, en las actuales circunstancias, si estos embozos continúan, es probable que nuestra psicología se vuelva más superficial y simplona, que pierda picardía y profundidad en su conocimiento de las cosas humanas.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad