Lo que solemos llamar hogar
«Esta es una ciudad fría y complicada, una ciudad áspera y difícil. Pero si aprendes a mirarla -y creo que te he enseñado bien-, verás lo que nace tras sus arrugas y sus grietas»
Mírala bien: es tu ciudad. Te la he contado entera y desde el principio. Pero esto se acaba y ahora te toca a ti seguir, ... tienes que vivirla para poder escribirla. Y tienes que escribirla para que lo vivido no caiga en el olvido y podamos contárselo a los que vengan detrás, de modo que los que se fueron no se queden jamás solos. Si no, parecerá que todo ha sido un sueño. Y créeme, no lo ha sido, todo lo que te he contado lo he visto con mis propios ojos. Y lo que no, se lo he oído o leído a los que estuvieron antes en estas mismas calles. Por eso te he querido contar mi ciudad, la mía, la que conozco y he vivido cada día de mi vida.
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Desde aquí veo todo lo que te he contado. Mira, ahí está el Paseo de Zorrilla, el lugar en el que nací. Y todas las zonas de fiesta que he recorrido con mi generación para recordar lo que un día fuimos. Hemos paseado por Paraíso, por El Cuadro, por San Miguel y hemos escuchado de nuevo algunas canciones de Loquillo. Hemos paseado por todas estas calles peatonales que un día fueron grises y sucias, en los años en los que en Valladolid siempre llovía. Hemos visto la locura que fueron los ochenta y hemos hablado del Real Valladolid. Incluso hemos pedido una estatua para Cantatore. Y otra para los Faseros, a los que hemos homenajeado porque nos han regalado los mejores años de nuestra vida y se merecen todo lo que podamos darles. No sé si recuerdas que hemos imaginado la vida de Gil García, ese hombre que descansa eternamente bajo el antiguo Convento de San Francisco y del que no se sabe nada, así que nos lo hemos tenido que inventar. Hemos recorrido el otoño, contado las hojas secas, nos ha envuelto el olor a tierra mojada de las primeras lluvias y hemos vivido la vuelta al cole como si fuéramos de nuevo aquellos niños con miedo. Hemos puesto nombre a la plaza de la Morería y hemos visto el paso de los Borgoña a los Trastámara con un vino entre las manos y acompañados de mezquitas y Catalinas. Hemos pasado juntos un día de toros desde el principio, desde las chicuelinas de la mañana a la decepción de cada tarde. Y hemos comido pipas en la Plaza de Zorrilla acordándonos de los jinetes de Farnesio y del reloj de sol. Mira, ahí está la Plaza del Salvador y los niños jugando, ya te he contado que ellos son nuestro salvoconducto contra la barbarie. Y el entorno de San Pablo, del que Adriansens nos enseñó que era el lugar más importante de Europa, aunque algunos no se hayan enterado. Hemos soñado desde la cruz de La Antigua, mirando a la Catedral y a la Colegiata y cabalgando con el Conde Ansúrez. Y hemos vivido un sábado en el mercado del Campillo, con esos olores y esos héroes que se esconden en cada puesto. Hemos recorrido todos y cada uno de los restaurantes con Estrellas Michelin de la ciudad, les hemos lanzado piropos y hemos descubierto que el lechazo es una liturgia sagrada que nos une con nuestra esencia. Hemos hablado de la Semana Santa y de los cofrades de barra y acera. ¿Qué estará haciendo ahora Juan el de El Colmao? ¿Y 'Hueso'? ¿Seguirá buscando el espíritu del local en el Café Teatro? Hemos recordado los bares y las gentes que se fueron, el Montesol, Paquiro, el Harlem, El Cubi, la Peña Taurina y el Herminio's. Hemos lanzado un réquiem por la música en directo que un día llenó la ciudad y hemos descrito punto por punto la cartografía sentimental del Campo Grande, como una guía espiritual de nuestras vidas. Te he contado que Halloween es una tradición castellana y hemos vivido juntos Seminci con los culturetas, pero sin Brad Pitt. Hemos defendido las tres Pucelas: la del centro, la de los barrios clásicos y la de las urbanizaciones. Hemos paseado por la estación y por los talleres, hemos montado en AVE y escuchado esa maravilla que es: «Próxima estación Valladolid-Campo Grande». Y, sobre todo, hemos dejado claro que en esta ciudad no somos secos, lo que pasa es que estamos concentrados.
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Hemos visto que 'El compás' nunca cierra los círculos y hemos vivido de nuevo la Vuelta ciclista de Gorospe y Lejarreta. Hemos escrito las más bellas cartas de amor al frío y a la niebla, que es algo que nos pertenece y que nos sume en una irrealidad en la que vivimos atrapados desde niños. Hemos recordado el inmenso honor de vivir una ciudad con Delibes, nuestro quinto abuelo. Y hemos redactado un manual de chateo para que los nuevos ricos no hagan el ridículo a deshora. Hemos contado qué pasa cuando una nochevieja sales 'de tranqui' y acabas con Michel poniendo 'El Viti' bocabajo. Y nos hemos acordado de los camareros que destrozan sus nochebuenas para que podamos disfrutar las nuestras. Hemos vivido una ciudad de rugby y de peregrinos con hipotermia. Hemos admirado juntos la belleza de la Navidad y de ese puente de diciembre que nos une con nosotros mismos. Hemos escrito una oda a los comercios perdidos y hemos buscado 'Dos para un mus', que cada vez más se echa más en falta. Hemos propuesto por quinta vez que alguien se digne a hacer una ruta de placas azules para que todo el mundo sepa exactamente qué pasó en cada rincón de la ciudad y bese la tierra que pisa, pero nadie, absolutamente nadie nos ha hecho caso y nuestros hijos vivirán sin orgullo eternamente. Hemos vivido las fiestas de Valladolid y el horror del verano. Conseguimos que Paty Varela volviera a pinchar e incluso hemos tocado en Las Moreras con una banda adolescente. Hemos vivido el barrio de San Andrés como si fuera San Telmo y descrito sus límites con precisión de cirujano. Y hasta hemos homenajeado a Rubén el de El Berlín, pero mucho menos de que lo que merece. He mirado mi casa de Gamazo con lágrimas en los ojos y hemos recordado todos los olores perdidos con lágrimas en el recuerdo. Hemos escrito acerca del inmenso placer de volver a Valladolid por tierra, mar y AVE. Y hasta hemos escrito una guía para enseñar Valladolid a las visitas. Hemos recorrido Venecia con Padilla, Bravo y Maldonado, soñado en la Plaza de Santa Cruz y recordado el 'cole', que es y será siempre el 'Sanjo', le pese a quien le pese.
Ahí está todo, hija. Echo de menos a mis abuelos, a algunos amigos y a los niños que fuimos cuando en la vida era siempre primavera. Quiero pensar que, mientras seamos capaces de recordarlo, seguirá existiendo. Por eso lo escribo. Esta es una ciudad fría y complicada, una ciudad áspera y difícil. Pero si aprendes a mirarla -y creo que te he enseñado bien-, verás lo que nace tras sus arrugas y sus grietas. Y entonces -solo entonces- entenderás por qué no la cambiaríamos jamás por otra: lo que sientes al mirarla es lo que solemos llamar 'hogar'.
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