José Ibarrola

Soledad valiente

Después de las palabras ·

«No hay tristeza, ni languidez, ni desesperación. En esta soledad hay firmeza, y el júbilo de estar felizmente solo»

Juan Villacorta

Valladolid

Lunes, 16 de agosto 2021, 09:23

Los solitarios aceptan su condición, su humilde ventaja, la sospecha, la íntima sensación que les embarga de un vacío con valentía que en su ... superficie –la vida es superficie– es bello, desprendido viaje. Resulta curioso que el verbo 'Ser' baste para la felicidad.

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El mundo se olvida de los solitarios que no entran en su juego. Es entonces la naturaleza su fiel compañera. Las nubes, siempre otras, nunca abandonan a ese ser, desheredado de lisonjas pero con otros placeres, como saberse de igual sustancia y caducidad que las nubes.

Pasan los años y la soledad subyace, crece incesante. Esta soledad se alimenta de más soledad y llega un momento en que no es posible plantarle cara como a los enemigos más queridos, es nuestra cotidiana amiga. La soledad arrastra una sombra encadenada: el miedo a morir sin compañía, sin atención, sin consuelo alguno. La soledad se posa en nuestro semblante como nieve helada una vez en la vida y este carámbano nos acompaña el resto de nuestros días como perro fiel.

Encontrarse solo en el mundo, en ese trance solo cabe fluir hasta cualquier lugar, todos valen lo que uno cualquiera. No hay tristeza, ni languidez, ni desesperación. En esta soledad hay firmeza, y el júbilo de estar felizmente solo. Esta soledad que respira al margen de personas y afectos, pero muy cerca de ellos, es pura y valiente. No hay tristeza, ni languidez, solo soledad, esta solemnidad que para nada vale, y por eso mismo, es hermosa, como lo es la vida.

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