En nuestra época Sócrates no habría echado mano de la cicuta. Sócrates se habría levantado directamente la tapa de los sesos. Hoy tendría que luchar ... contra demasiados enemigos y se habría vuelto loco al ver a los dioses ancestrales correteando por los callejones de bits. No tendría que torear con un discípulo chismoso. Tendría que hacerlo con una red infinita de enredadores más o menos maledicentes. Cuenta la leyenda que un discípulo se acercó a Sócrates para decirle que había escuchado algo malo sobre él. El maestro le preguntó si estaba seguro de que lo que le iba a contar era cierto. El discípulo dudó porque era algo que había escuchado por ahí. Sócrates le preguntó entonces si lo que iba a decirle era algo bueno. El discípulo ahora no dudó: «No, maestro, es algo que le causará malestar y dolor». Sócrates sonrió y preguntó si lo que le iba a decir le podría resultar útil. El discípulo negó con la cabeza y el maestro concluyó: «Si lo que deseas decirme no sabes si es cierto, no es bueno y no me es útil, ¿por qué me lo quieres contar?». Alguien más bruto le habría dicho: «métete el chismorreo por el orto». Los tres filtros de Sócrates: la verdad, la bondad y la utilidad. Algo que tendría que ser de obligado cumplimiento hoy en mundo en el que la gestión de odio que se hace en las redes sociales es repugnante. Ya saben: no compartir mierdas que no sabemos si son verdad y no mandarlas a grupos de whatsapp de amigos. Aunque, bien pensado, Sócrates sólo era un filósofo. En nuestro tiempo hay faros más luminosos. Ana Rosa, Trump y compañía. Sigamos su luz.
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