Martín Olmos

Lo simple

Crónica del manicomio ·

«Hoy lo bueno es lo simple y divulgativo. El gusto por la abstracción y los dilemas filosóficos se ha ido apagando con el tiempo»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 4 de diciembre 2020, 07:55

A poco que nos fijemos, observamos un mundo cada vez más complejo sometido a explicaciones de índole menor. Las enmarañadas circunstancias sociales, políticas y técnicas ... que definen la vida actual, se muestran inversamente proporcionales a las interpretaciones ligeras que les dedicamos. Una correspondencia asimétrica que no cuesta identificar con la actualidad.

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De buen grado sólo se admiten las dificultades conceptuales que comprometen a la técnica. Pero incluso en este dominio, donde los obstáculos se enjuician como barreras a la invención práctica, a la innovación y al márquetin de cualquier producto, si sus tripas se ponen a nuestro alcance resultan evidentes y netas. A fin de cuentas, en su interior sólo nos vamos a encontrar con una máquina y un algoritmo. Nada más. El aparato podrá ser muy sofisticado, pero, si nos lo explican, pronto vemos que todos sus elementos encajan como un reloj. Y el algoritmo no ofrece muchos más misterios. Puede ser intrincado e incluso indescifrable para nosotros, pero no para el autor, para quien tan solo se trata de un simple número, que si quiere puede revelarnos y que, con algo de formación específica, entenderemos pronto con todo su peso matemático.

Pero si uno baja a la calle y habla con el frutero, discute con un compañero o se mete a descansar en un templo, todo se llena de ambigüedades, contradicciones, matices y oscuridades a cientos. Somos incoherentes, escurridizos, opuestos a nosotros mismos, maléficos y pocas veces tenemos claro lo que queremos. No obstante, antes se abordaban estos problemas con un discurso saturado de nociones, repleto de divagaciones y sujeto a una dialéctica que hacía de la contradicción su mejor fermento. Los que leían no se arrugaban ante textos herméticos y de extensión bíblica, que añadían al torbellino de la realidad las nieblas de los conceptos. Pero ahora hemos adoptado otros procedimientos y hemos educado el gusto en otros aromas idéicos. Hemos interiorizado que la claridad es la cortesía del filósofo, o al menos del escritor, y que la brevedad es sinónimo de precisión y acierto. Cada vez más, elegimos los libros por su tamaño. Incluso la literatura se adapta a los tiempos. Un libro de doscientas páginas ya corre el riesgo de convertirse en un tocho solitario que nadie quiere. Por el contrario, el universo de la imagen, más estética que conceptual, se multiplica y alarga con sus explicaciones emocionales y su gramática visual. Las películas pasan con frecuencia de las dos horas y las series se prolongan mucho más.

Ya no es necesario advertir, como hacíamos antes a cada paso, que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Hoy lo bueno es lo simple y divulgativo. El gusto por la abstracción y los dilemas filosóficos se ha ido apagando con el tiempo. Ahora a las explicaciones les falta cuerpo y densidad, Mueren de fragilidad y simpleza como una especie privada de alimento.

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