Todas las citas electorales, una vez celebradas, tienen una segunda parte. Y suele ser tan interesante, o más, que la primera. Una vez conocido ... el resultado, se estudia y se valora, se analizan las causas de haber subido o haber bajado, se constatan los aciertos y los errores, se sacan las conclusiones y, aunque no siempre, se toman las decisiones correspondientes. Al fin y al cabo, la política y la economía tienen bastante en común, y los resultados electorales son para los partidos lo que los balances son para las empresas; si dan pérdidas, algo hay que hacer para corregirlas; si dan ganancias, lo que hay que hacer es mantener la línea seguida.
No son una excepción estas elecciones. ¡Y vaya si han tenido segunda parte! O mejor, dicho, la están teniendo, y todo indica que no va a ser ni corta, ni sencilla.
Por un lado, está el análisis, del que mucho ya está avanzado a estas alturas. Si hubiera que elegir un par de referencias más significativas, habría que decir que el PSOE rentabilizó bien la posición ganada tras la moción de censura, en nueve meses de gobierno, y que, a la vez, se vió ostensiblemente favorecido por un conjunto de circunstancias beneficiosas. A su izquierda, un competidor en retroceso; Podemos, en efecto, venía debilitado por diversos motivos de sobra conocidos, y algo, o bastante, de voto útil hacia el PSOE, le dejó donde ha quedado. Por el centro, nadie; inexplicablemente nadie, dejando sitio libre para quien ofreciera un plus de moderación y de garantía de estabilidad tranquila, lo que también aprovechó el PSOE. A su derecha, nada menos que tres en fondo, compitiendo por el mismo espacio; a Ciudadanos no le fue mal, aunque seguramente tendrá que variar algo el rumbo si aspira a más bocado; Vox sacó cabeza, nada desdeñable para ser la primera vez, aunque no cubrió objetivos; y el PP pagó los platos rotos, todos de una vez, los acumulados y los presentes. Basta hacer unos números para comprobar que, en este ámbito, el afamado sr. D'Hondt se mostró esta vez en todo su apogeo; en muchos sitios se dio la carambola perfecta: de pronto aparece uno que te quita votos (Vox al PP, a estos efectos); a él (a Vox) no le alcanza para sacar escaño allí; pero tú (el PP) lo pierdes, en beneficio de un tercero, unas veces de Ciudadanos, otras del PSOE. Echen cuentas y verán cuantas veces ocurrió esto.
El otro centro de atención de la segunda parte será, sin duda, la formación de gobierno, ya que para eso se celebran elecciones generales. La toma de posiciones no ha hecho más que empezar, pero es evidente que todos tienen la intención de ganar tiempo hasta que pase el 26 de mayo, porque lo que ocurra ese día puede influir decisivamente en el enigma. Es lógico y razonable que así sea. De momento se han hecho todas las sumas posibles y se han puesto en fila todas las opciones: el PSOE ha esbozado la posibilidad de gobernar en solitario; Podemos ha subrayado su preferencia por un gobierno de coalición; Ciudadanos mantiene su peculiar «no es no»; Vox estará en la oposición en todo caso, y el PP también, aunque de momento bastante tiene con digerir el guiso. Miremos bien: los números harían muy complicado gobernar en solitario; sería más razonable gobernar en coalición. Pero tenemos poca experiencia de esto; a priori, las coaliciones de dos son más fáciles de gestionar que las de tres, o más, y la única de dos que da mayoría clara (ya saben, el PSOE con Ciudadanos) aparece un tanto oscura; la otra (el PSOE con Podemos) necesita de más cómplices, por activa o por pasiva, y, aparte de la complejidad de las decisiones, no todos los cómplices son igual de deseables. En fin, que el asunto dará que hablar, y ocasiones habrá. Lo único que cabe afirmar ahora es que sería preferible, y muy bien recibida, cualquier fórmula que suponga gobernabilidad y estabilidad; y, si es posible, una cierta previsibilidad. El país, o sea, España, tiene planteados algunos problemas (no sólo los territoriales) de suficiente gravedad a corto y medio plazo, como para que esos intangibles (el diálogo, la altura de miras, el interés general, la generosidad, la seguridad, etc.) cobren valor principal en esta coyuntura.
Pero dicho esto, la verdadera segunda parte esta vez es el inmediato evento electoral, con la triple dimensión (europea, autonómica y municipal) que tiene el 26 de mayo. Ahora mismo, la inquietud está ahí, en saber qué incidencia puedan tener las celebradas sobre las que se van a celebrar. Si serán una segunda vuelta, más que una segunda parte; si se repetirán los votos y las tendencias; si las eventuales alianzas estarán relacionadas entre sí. Un sinfín de preguntas. Sólo hay un precedente: en 1979, recién aprobada la Constitución, hubo elecciones generales el 1 de marzo y municipales el 3 de abril. Y los resultados políticos de ambas, incluso más allá de los votos, fueron bastante distintos: hubo gobierno de la UCD, pero los Ayuntamientos se tiñeron de rojo por doquier, especialmente en las ciudades de mayor tamaño. No había entonces autonomías ni estábamos en Europa, con lo que ese precedente es muy parcial. Lo más que se puede decir es que alguna similitud habrá en las tendencias de voto y quizá en los resultados, porque no se suele cambiar de opinión de un mes para otro. Fuera de eso, la afición a hacer extrapolaciones, a base de calcular el número de concejales, de procuradores regionales, o de eurodiputados de cada grupo, si recibiera los mismos votos que en las generales, está bien como diversión; poco más. Las elecciones municipales ofrecen estímulos propios de voto (las personas de los candidatos, los problemas particulares del lugar, los compromisos adquiridos, etc.); las autonómicas están bastante influidas por las municipales; las europeas se hacen con un ámbito electoral nacional único. Y, además, la participación suele ser un tanto menor. O sea que hay factores concurrentes que les darán identidad a cada una, antes y después, cuando se elijan los alcaldes y los presidentes autonómicos, cada uno con su sistema.
Iba a decir que, por suerte, es así. Lo digo: está bien que la democracia tenga un punto de emoción. Y si la actitud expectante ayuda a participar, mejor aún.
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