José Ibarrola

Los secretos

Crónica del manicomio ·

«Escondernos es nuestra primera experiencia de libertad y nos gusta saborearla con tranquilidad, sin que nos vean»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 17 de junio 2022, 00:49

Los secretos son más necesarios para nuestro metabolismo mental que el glutamato o el fósforo cerebral. Para comprobarlo, basta con ver el alborozo de los ... niños cuando compiten escondiéndose. Algo esencial deben de encontrar en ocultarse unos de los otros para que todos jueguen al escondite sin excepción. Probablemente algo referido a la intimidad. Como si con ello dieran los primeros pasos arquitectónicos para construir una vida interior propia y a salvo de los demás. De hecho, cuando queremos subrayar de alguien su torpeza decimos que no sirve ni para esconderse. Como si no hubiera nada más fácil, más necesario, más accesible.

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Cualquiera que haya tenido la fortuna de ser bienamado en la primera infancia, sale de ella tan manoseado y acariciado que necesita ponerse a salvo. Y para alcanzar ese fin no hay mejor procedimiento que esconderse. ¡Hay que ocultarse!, es el grito de socorro que pronunciamos como un ensalmo afortunado. Hay que conseguirlo, aunque sea tapándonos ingenuamente la cara con las manos.

Escondernos es nuestra primera experiencia de libertad y nos gusta saborearla con tranquilidad, sin que nos vean. A solas. Tan a solas como lo está el pensamiento, con el que guarda una estrecha afinidad. A fin de cuentas, el secreto es una idea. La más oculta de todas. Y, a su vez, todas las ideas llevan dentro una semilla desconocida, algo secreto. Más tarde, cuando ya no te escondes por simple exigencia fisiológica, sino porque tienes secretos reales que guardar, empiezas a recurrir a otros métodos.

Antes te escondías a ti mismo, todo entero, detrás un árbol o de as cortinas del salón, para iniciar así la gimnasia mental más propia, para intentar ser tú de una vez por todas. Luego, cuando empiezas a celebrar tu independencia, disfrutas inventando una lengua secreta para preservar lo tuyo y que nadie usurpe tu interior. En mi infancia, los hermanos hablábamos en la mesa familiar intercalando el vocablo 'ti' delante cada sílaba. Pocas veces disfrutábamos más que confundiendo a nuestros padres a toda velocidad.

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Pero, con el paso del tiempo, los secretos se vuelven más mentirosos y más imprescindibles. Pierden su ingenuidad. Es cuando hay que aprender a mentir si quieres decir la verdad. Es también cuando descubres que lo más admirable de tus amigos no es que te cuenten siempre las verdades, sino que te mientan bien, sin engañarte, o sin hacerlo más de la cuenta.

Es cuando compruebas que llegas a conocer tanto a la gente que dejas de saber cómo son y, además, ya no te interesa. Entonces te das cuenta de lo solo y aislado que estás. Percibes que no tienes mucho que esconder porque todo tú te has convertido en un misterio difícil de desentrañar. Es cuando querrías no volver a tener secretos. Nunca más. Te gustaría ser transparente y abandonar al viento cuanto sabes de ti y de quienes te rodean.

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