Dios es un 'stalker'
Rosalía introduce lo sagrado en la conversación pública sin polarización ideológica
Los artistas tienen el poder de cambiar el significado de los símbolos. Y eso ha hecho Rosalía con su nuevo disco Lux. La canción 'Dios ... es un stalker' es una resignificación de Dios en el mundo. Para la artista catalana, Dios no es un tipo oscuro que vigila, hostiga y juzga. Es un amor paciente que busca, acompaña y te levanta. La relectura no se queda en la metáfora: altera también el relato social de lo religioso. Dios ya no es un elemento divisivo, es una presencia posible, y hasta deseada, en el espacio público.
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Aquí reside la novedad que contemplamos estos días. No en que la religión exista -eso ya lo sabíamos-, sino la naturalidad con la que reaparece en la conversación social. El nuevo álbum de Rosalía es el último ejemplo de una amplia serie de piezas culturales que tocan la dimensión espiritual de la persona. Como suele suceder, esta renovación no se ha colado por el BOE, ni por algoritmos de la IA, tampoco por un comité de pastoral oficial. De un plumazo, Rosalía ha metido a la cultura contemporánea en la narrativa de la salvación. Y muchos jóvenes -para sorpresa boomer- han reaccionado sin prejuicios, con admiración y respeto.
Rosalía ha metido a la cultura contemporánea en la narrativa de la salvación. Y muchos jóvenes, para sorpresa boomer, han reaccionado sin prejuicios, con admiración y respeto
El despertar de lo espiritual tiene en España una fecha dramática. La pandemia de 2020 confinó casas, pero también certezas; y dejó al aire la orfandad de un Occidente que ofrece respuestas líquidas a un anhelo de plenitud que, precisamente, más duele en los millennials. Siempre fue oficio juvenil señalar las grietas del sistema; los de ahora tienen motivos de sobra. Y algunos han descubierto en la tradición católica -identidad antigua, belleza iconográfica, valores robustos- un territorio donde posarse sin cinismo. Otros lo han hecho en la naturaleza, el veganismo y el horóscopo.
En estos años han surgido innumerables ejemplos de cómo las identidades que creen están llamadas a crear: con matices y contradicciones, desde las preguntas, porque aquí no hay propuestas sincronizadas. La lista incluye a deportistas, actores, cineastas, escritores, cantantes, creadores de contenido, de pensamiento y ficción. Lo interesante no es el inventario, sino el patrón: no estamos ante una ola neoconservadora, ni ante una estrategia de marketing. Estamos, precisamente, ante la ausencia de una estrategia. Aquí no hay relato que polariza, no hay comunicación ideológica: hay búsqueda de vida. Y esas respuestas individuales (ojo, son legión) afloran por el espacio libre que queda entre el estado y el mercado: la cultura, el arte y la comunicación social.
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Quizá esta pop religion nos recuerde algo elemental: la comunicación no existe para dividir ni para manufacturar bandos, por más que la política se haya convertido en industria de polarización. La comunicación sirve para buscar respuestas, compartir significados y construir comunidad. Está en el corazón de lo que nos hace humanos. Cuando aparecen el bien, la belleza y la búsqueda de verdad, la conversación social deja de ser un ring y se convierte en plaza pública, cívica y saneada.
El fenómeno actual es también un desafío para las instituciones. Están llamadas a acompasar los latidos de la vida, escuchar las preguntas, entender los cauces del dolor, cultivar símbolos para la comunidad y el bien común. El reto -valga para todas- es cultivar y acompañar la llama que prende y sofocar el riesgo de burocratizarla.
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Volvamos a la frase. «Dios es un stalker». El juego no invita a la paranoia, sino a dejarse mirar. La experiencia religiosa, cuando no se administra como trámite, es eso: ser mirados con cariño y exigencia por quien te ve por dentro y, aun así, te quiere más. Esa mirada no vigila para castigar: sostiene para levantar. Y, de paso, cambia la estética y la política: un joven que reza, canta y ayuda a su vecino no es un súbdito ni un consumidor; es un ciudadano.
La resignificación de Rosalía corrige la caricatura conocida. Dios no te persigue para atraparte: te sigue para alcanzarte en el punto de encuentro. Vengas de donde vengas. Y en ese cruce -plaza, escenario o pantalla- lo público deja de ser trinchera para volver a ser casa común. Si esto no es una buena noticia, que hable Rosalía con el Stalker: dicen que los han visto beber juntos un sauvignon blanc.
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