El rugido
Crónica del manicomio ·
«El cuidado, la cura, el alimento y el orden de la casa durante el confinamiento se llenó de voces femeninas que cantaban a coro mientras se ocupaban de la vida y llenaban con su trajín el silencio temeroso y compungido de los machos»El rugido es el significante macho de la naturaleza. En cambio, el otro gran significante análogo, el fálico, que cultivan los psicoanalistas como comodín que ... todo lo explica, y al que también recurrimos todos los demás como sinónimo de poderío, no es más que un hijastro débil y desnaturalizado del rey de la selva. Como prueba de brevedad, acerca de la distancia que separa ambos conceptos, podemos comparar el tiempo que lleva explicar lo que es el significante primordial para el psicoanálisis, que es mucho y de dudoso resultado, y lo fácil que es entender un rugido. Un rugido se entiende de inmediato.
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Es el sonido que antes y mejor nos alerta y convoca. Rugen los padres, ruge la sociedad, rugen los hombres y ruge la biosfera. Todo ruge en algún momento y nos somete al orden jerárquico que más le conviene al rugidor que lo emite o que, mejor dicho, lo detenta. A la postre, el rugido es el más antifeminista de los sonidos. Para los leones es un instrumento de jerarquía y de dominio del más fuerte, y para nosotros el ejemplo de un modelo de orden social que sirve de paradigma a muchos grupos humanos.
Cada vez que se declara una guerra, el orden selvático vuelve a imponerse. La calle se llena de hombres mientras que en los sótanos pulula el llanto y la diligencia oculta de las mujeres. Todo vuelve a su orden milenario. Todo se rige de nuevo por la fuerza y la violencia, y se ordena de arriba abajo, donde unos son jefes y otros vasallos, unos dueños y otros esclavos, unos hombres y otras mujeres. Volvemos a la diferencia inicial, a la más primitiva, a la de machos y hembras, que resurge como si dos siglos de lucha por la igualdad se hubieran borrado con los primeros disparos. La duda que nos embarga se centra en si, lograda la paz, bien por medio de la razón, por empacho de crueldad o porque no queda a quien eliminar, el feminismo tendrá que arrancar de cero o la sociedad le devolverá al nivel que alcanzó en tiempos de paz.
La pregunta es tanto más perentoria cuando resulta que hasta hace muy poco el orden social se imponía de una manera casi opuesta. Al hilo de la pandemia un ejército blanco, sanitario, completamente feminizado, se ocupó diligentemente de los ciudadanos. El cuidado, la cura, el alimento y el orden de la casa durante el confinamientose llenó de voces femeninas que cantaban a coro mientras se ocupaban de la vida y llenaban con su trajín el silencio temeroso y compungido de los machos.
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La cuestión pendiente a dirimir es si esta inversión repentina, presente durante los dos últimos años, responde a un nuevo y mejor reparto de las funciones, más simétrico e igualitario, o no viene sino a confirmar el trillado reparto de siempre: para las mujeres la ética del cuidado y para los hombres la estulticia de destruir y hacer de las suyas a fuerza de rugidos y cañonazos.
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