RTVE: Última llamada
En RTVE trabajan 6.300 personas. Más que Mediaset, Atresmedia y el Grupo Vocento juntos. Una plantilla de lujo que se alza cada año con los premios más prestigiosos. (...) ¿Cómo es posible que se haya derrochado tanto talento y cunda esta sensación de decadencia?
Si nadie lo remedia, en una década RTVE habrá desaparecido de nuestras pantallas y receptores. Desde que empezaron a emitir las privadas, la televisión pública ... ha ido perdiendo 8 puntos de audiencia cada diez años. Hoy, con una cuota de pantalla por debajo de los dos dígitos (8,6% en marzo), Televisión Española se encamina a la irrelevancia.
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¿Las causas? Una tormenta perfecta:
Cada cambio de gobierno provoca la huida de una parte de la audiencia, que se muda a las alternativas de oposición encarnadas por las televisiones y radios privadas. RTVE tiene un déficit de credibilidad, injusto y desproporcionado, pero ganado a pulso por las periódicas intromisiones de los gobiernos de turno. Injusto, porque la inmensa mayoría de su programación es equilibrada y de calidad.
Las plataformas como Netflix, Amazon y su filial Twitch, HBO, Disney, YouTube y Facebook han seducido a los públicos tradicionales de la ficción audiovisual y, en particular, a las audiencias del futuro. El siguiente capítulo serán los contenidos informativos y las retransmisiones deportivas.
RTVE ha renunciado a competir. Parece sentirse cómoda ocupando un espacio residual y manteniendo el liderazgo en entornos rurales y elites culturales. La falta de nervio por la ausencia de publicidad y de un proyecto que ilusione a la plantilla la condenan a una cuota minoritaria que ya no causa estupor, sino indiferencia, entre la ciudadanía.
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TVE ha reducido al mínimo la producción propia y rellena su parrilla con programas comprados a terceros. Hasta algún espacio informativo, como el histriónico 'Las cosas claras', es realizado por una redacción paralela ajena a TVE. La pérdida de identidad se paga caro.
RTVE sigue siendo, cuarenta años después de la construcción del estado autonómico, un grupo mediático centralista y con una asignatura pendiente: su encaje con las radiotelevisiones autonómicas. Sus delegaciones siguen bautizadas como 'centros territoriales' y la mayor parte del día solo se escucha y se ve lo que pasa en Madrid. Las 'desconexiones territoriales' obedecen a un modelo caduco que se mantiene por inercia.
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RTVE llega tarde a las nuevas audiencias, aunque ha hecho avances muy notables en los últimos tiempos. Mientras los boomers somos aún deudores de su aportación a la modernización de España, a la cultura, el cine, a la calidad del debate público y a la formación de una ciudadanía crítica e informada, las nuevas generaciones no la sienten como propia y eligen otras opciones.
¿Se imagina usted una multinacional española –textil, de telefonía o energética– que llevara tres años sin consejo de administración, sin plan de empresa, con su CEO harto de todos y de todo y con buena parte de los accionistas conspirando con la competencia? Pues es lo que ocurre en RTVE. Con los competidores, mientras tanto, repartiéndose sus clientes a cambio de pagar un canon para financiarla.
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Las plataformas de streaming van a por la audiencia allí donde esté. La arrastran hasta su pantalla utilizando la inteligencia artificial y una fabulosa maquinaria de marketing. RTVE sigue esperando al espectador de toda la vida sentado en el sofá y al oyente del asiento delantero del coche.
En RTVE trabajan 6.300 personas. Más que Mediaset, Atresmedia y el Grupo Vocento juntos. Una plantilla de lujo que se alza cada año con los premios más prestigiosos. Son muy buenos y nos regalan a diario excelentes programas de radio y televisión. ¿Cómo es posible que se haya derrochado tanto talento y cunda esta sensación de decadencia?
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Los grandes partidos nacionales llevan años sin planes para los medios públicos. Saben mucho de series, pero muy poco de periodismo. Más allá de alguna declaración extemporánea, desde los extremos, en el sentido de liquidarla o tomarla al asalto, nadie piensa en España en el futuro de RTVE, salvo sus propios trabajadores. El concurso público abierto en 2018 para elegir a su cúpula directiva, en el que participé junto a más de 90 candidatos, era la oportunidad para enderezar el rumbo. Las propuestas de gestión presentadas y las trayectorias de los candidatos al Consejo auguraban un golpe de timón y el final de la provisionalidad de Rosa María Mateo.
Pero el proceso se ha estancado durante tres años por falta de voluntad política y por el empeño de algunos candidatos en judicializarlo y deslegitimar el trabajo del comité de expertos designado en su día para evaluar a los aspirantes. El resultado: la valoración independiente del comité no ha servido para nada y los partidos se han repartido el Consejo con el desparpajo habitual. ¿Era el último tren para RTVE?
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El nuevo Consejo de Administración, ratificado con una amplia mayoría parlamentaria, ahonda en los mismos errores que pretendía conjurar el concurso público. Será un consejo no paritario y poco heterogéneo en edades y sectores profesionales. Sobre todo, será un consejo polarizado, con perfiles muy ideologizados, más pendientes de resolver sus querellas del pasado que de diseñar el futuro. Un consejo que repite el esquema de división que nos está paralizando como país.
Los partidos han emprendido un juego de tronos macabro sobre las tumbas de 92.000 españoles. Ni pacto de estado en sanidad, ni en educación, ni en RTVE. Leyes orgánicas con cuatro años de caducidad y reparto de cromos en las instituciones para pagar favores y asegurase el control 'por la puerta de atrás', como sugería aquel infame whatsapp que mancillaba el honor del juez Marchena.
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La respuesta ante el clamor social que pedía estos meses unidad y altura de miras ha sido el espectáculo de Murcia, Madrid y Castilla y León. Lo siguiente en este 'House of Cards' será el Poder judicial y el Constitucional. Ya conocemos, gracias a la historia europea y española, el riesgo de polarizar un país, deslegitimar las instituciones y hundir la confianza en los periodistas, los jueces y los representantes de la soberanía popular. Un espacio libre que aprovechan los enemigos de la democracia. En la Carrera de San Jerónimo, en Génova, Ferraz y demás sedes de los partidos siguen atrincherados sin atender el mensaje de la ciudadanía. ¿Hasta cuándo?
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