Carlos Espeso

Contra la moda de lo católico

«Puede escribirse sin temor que la fe católica es tanto más auténtica cuanto menos de moda está. Quienes pretenden ponerla de moda terminan por falsificarla»

Rodrigo Cebrián

Jueves, 4 de diciembre 2025, 06:57

En los últimos tiempos se escucha, con cierta jovialidad emotivista, que «lo católico está de moda». Como si la fe pudiera desfilar por una pasarela, ... como si dos mil años de historia, pensamiento, arte y sacrificio cupieran en un escaparate de temporada. Quien conozca mínimamente la entraña del cristianismo entiende enseguida que esta afirmación no solo es falsa, sino también profundamente banal.

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Porque lo católico es, en esencia, contracultural. No pretende halagar al mundo, sino cuestionarlo. Su fuerza nace precisamente de la verdad que hay en las vidas de sus protagonistas, tan en contraste con las modas. Modas cada vez más cargadas de aplausos que narcotizan conciencias, tan efímeros y superficiales que embriagan de mediocridad.

Por eso, los principales perjudicados de convertir el catolicismo en una moda son, paradójicamente, los propios católicos. Porque una fe que se mide por su aceptación social, por su estética o por su capacidad de atraer seguidores como quien gana suscriptores, está condenada a disolverse. La moda es cambiante, pasajera y superficial. Y la fe, cuando es auténtica, exige profundidad, compromiso y conversión.

Puede escribirse sin temor que la fe católica es tanto más auténtica cuanto menos de moda está. Quienes pretenden ponerla de moda terminan por falsificarla.

Lo católico puede ponerse de moda entre quienes, movidos por un sentimentalismo pop, buscan una experiencia estética o un refugio afectivo. Si la fe se reduce a un estado de ánimo, entonces deja de ser fe. Pasa a ser una emoción inflada, algo parecido a una playlist espiritual que se escucha mientras permanece la euforia.

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El cristianismo nunca ha necesitado estar de moda para transformar el mundo. Sus santos, sus mártires, sus místicos y sus pensadores lo han hecho precisamente desde la incomprensión o incluso la persecución. ¿Por qué habríamos de esperar que la Verdad se ponga de moda para que sea verdadera?

El catolicismo no necesita modas; necesita testigos. Personas que, lejos de las luces de neón, vivan su fe con la coherencia serena de quien sabe que la verdad no cambia al ritmo de las tendencias. Esta es, quizá, la mayor revolución contracultural que necesita nuestro tiempo.

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