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La pésima gestión de la dana de Valencia nos demuestra con hechos recientes y lamentables que, si hubiera otra pandemia, cometeríamos parecidos errores. Al dramático ... daño producido por los virus o bacterias, se añadirían las desacertadas decisiones de los políticos, incapaces de coordinarse y colaborar en pos de un común objetivo, interesados sobre todo en mantener su poder y aniquilar al adversario.
En lugar de esforzarse por resolver problemas, su energía se destina a la guerra partidista, con armas arrojadizas que se convierten en boomerangs. Así, sobre las acusaciones a la gestión en Madrid: ¿Acaso no se aplicaron protocolos de triaje en todas las comunidades autónomas? ¿No tuvieron que entrar los militares en muchas residencias a comprobar la situación de miles de ancianos dejados a su suerte por toda España? Si algún gobierno regional salvó a los colectivos más vulnerables, que presuma de ello en público.
Todavía estamos esperando un estudio con el balance objetivo de los despropósitos cometidos en 2020, cinco años después. Ni en el nivel del Estado ni las comunidades autónomas parecen creerlo conveniente, porque todos saldrían mal parados. El confinamiento extremo (sin parangón en el mundo libre), el absurdo sacrificio de la educación, de la economía y la convivencia no han sido objeto de un análisis crítico, aún muy necesario, en mi opinión.
Dirán ustedes que mirar al pasado no arregla gran cosa, pero resulta ser, sin duda, la verdadera clave para prepararse de cara al futuro. La inutilidad de tantos centros de investigación y prospectiva se explica, desde mi punto de vista, por su obsesión con amenazas fantásticas, sin tener presente lo único cierto: lo que ha ocurrido antes, volverá a suceder. Un día rige la Democracia, llegan oportunistas autoritarios e imponen la tiranía. Así lo explicaba Rafael Sánchez Ferlosio: «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos».
«Aquellos que no pueden recodar el pasado están condenados a repetirlo». Esta frase de Jorge Santayana, educado en Ávila, es una advertencia al entrar en el campo de concentración de Auschwitz. Ahora que algunos insensatos saludan con el brazo en alto, el extremismo político campa a sus anchas y nadie parece preocuparse por la moderación. Al final, la peor parte de las guerras se la llevan quienes no las iniciaron ni se beneficiaron por el conflicto, pobres mujeres y hombres, incluyendo a los bienintencionados votantes de los radicales.
Ante las ocurrencias de líderes ignorantes que no conocen más libros que los de sus amigos, pensamos en Europa como parte de la solución. Y menos mal que las instituciones comunitarias están ahí, de momento cohesionadas por los resultados en las elecciones alemanas, sin la sobreactuación de las dañinas decisiones al otro lado del Atlántico, resistiendo frente a Trump y su buen amigo, Putin, cuyos sicarios han eliminado opositores y periodistas, a cualquier disidente que aspirara a la libertad.
La fortaleza europea, ahora y en el futuro, dependerá de la correcta ejecución de sus decisiones. No podemos permitirnos fiascos como los que muestra la ejecución de algunos proyectos del Plan de recuperación y resiliencia. Así ocurre con el PERTE llamado Salud de vanguardia, que no se ocupa de los problemas sanitarios más acuciantes: enfermedades cardiovasculares o prevención del cáncer. Tampoco nos ha preparado ante el riesgo de nuevas pandemias, ni ha incrementado el número de camas de cuidados intensivos en relación a la población y el envejecimiento, ni ha mejorado las condiciones de los profesionales sanitarios, enfadados con razón.
Merece empatía cada persona que perdió a sus familiares, sufrió o sigue sufriendo la enfermedad, perdió oportunidades profesionales o económicas o se sintió damnificada de otra manera. Y esa gente –entre quienes nos encontramos tantos– quizás prefiera que se sepa la verdad, al menos eso: muchas decisiones fueron chapuceras por falta de experiencia; primero hubo pasividad y luego sobreactuación; el afán de protegerse frente a demandas llevó a sacrificar derechos e intereses legítimos; se engañó a los sanitarios haciéndoles pensar que se les recompensaría siempre su sacrificio; y muy pocos de los que estaban al mando se pusieron en verdadero riesgo por los demás.
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