Showman de día, alcalde de noche
«Esta suplantación de las funciones pregoneras, más propias de un jefe de pista, con traje de fieltro y chistera en la mano, no es un invento de Jesús Julio Carnero»
Aunque sea palmario y redundante, quisiera recordar que 'Casino', la película de Martin Scorsese, es una obra maestra. No solo porque en dos horas de ... género picaresco, incluyendo esa magistral narración en primera persona, uno de los cronistas más sólidos y perseverantes que ha dado el cine de los últimos cincuenta años, tanto para observar los pliegues de la América profunda como los de la condición humana, es capaz de explicar los mecanismos del trapicheo y del crimen organizado relacionado con el negocio del juego en el Estado de Nevada.
Además del dispendio desmedido que atrae a todos los primos congregados en Las Vegas -incautos codiciosos que acuden solícitos con sus ahorros para prodigar ofrendas sin sentido a la diosa Fortuna- muestra también Scorsese, con reconocida destreza, una imagen nítida de las costuras familiares, ruines y costumbristas que permanecen ocultas bajo la capa basta y hortera de todo ese oropel.
La película está llena de guiños, como el fabuloso tema musical de Camille, compuesto por Georges Delerue y sacado de la película de Godard, 'El desprecio'; una pieza que Scorsese utiliza intencionadamente como cita literaria de su obra para marcar los límites contemporáneos del quevedesco hombre sin honra y del odiseo sin rumbo.
Pero en 'Casino' también asoman políticos de aspecto impecable, por quienes cualquier secretario general achicharraría sus manos en la hoguera, prebostes de plante impecable que se cobran favores y colocaciones a cambio de licencias; o individuos amigables y mentecatos, siempre acomplejados, siempre desconfiados, capaces de ocultar en casa los cuadernos escritos a mano con las mordidas de toda una década y que bien pudieran almacenar, a la espera de que la UCO las encuentre, un disco con las cien mejores conversaciones punibles de todos los tiempos. Aunque no todos los personajes desprenden ese intenso y empalagoso aroma a sainete. También hay matones chungos, a pesar de su desmesura, que optan por archivar todos sus asuntos bajo la arena del desierto.
Me maravilla, sin embargo, la capacidad del personaje protagonista, ese Sam Rothstein capaz de reinventarse en sus horas más bajas de popularidad dentro y fuera de su tinglado, cuando es inhabilitado para explotar el casino que dirige y se convierte en presentador de los espectáculos que su sala de fiestas emite por televisión. Y no puedo dejar de acordarme de él cuando veo en redes sociales al alcalde de nuestra ciudad presentando alguna novedad en el programa de las Fiestas de la Virgen de San Lorenzo que celebrará Valladolid dentro de un par de meses. Un día se emplaza ante la cámara, bajo el sol, para anunciar con su mejor sonrisa que el 7 de septiembre contaremos con la actuación de Carlos Jean, Joyse y Don Diablo para «hacernos vibrar» en el concierto de los DJs, como si fueran sus amigos, y otro hace lo propio para anunciar sobreactuando la satisfacción el concierto de Los Camarones y de Rosario Flores en un día de flamenco. Y lo hace como si fuese un presentador de televisión, el anfitrión de un programa de variedades, el maestro de ceremonias del Circo Price.
Cabe decir que esta suplantación de las funciones pregoneras, más propias de un jefe de pista, con traje de fieltro rojo abotonado y chistera en la mano, no es un invento de Jesús Julio Carnero. En esto, lejos de seguir la impronta parca en amabilidad y lacónica en explicaciones que siempre mantuvo Javier León de la Riva, ha optado por continuar la senda abierta por Óscar Puente con su particular modo de anunciar a la ciudad un concierto en la Plaza Mayor de Franz Ferdinand, de John Newman o de Gloria Gaynor. Un «pasen y vean» encarnado por ambos que ni Sam Rothstein igualaría.
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