Luis Tudanca quiere subirse al Ave de bajo coste y perfila una estrategia para desbancar a Fernández Mañueco del sillón presidencial. Como si la debacle ... electoral del PP en Cataluña constituyese un salvoconducto para seducir a Ciudadanos y armar el belén. La gente gris se aferra a un clavo ardiente y el secretario regional de los socialistas pretende insertar una cuña para desmantelar el actual 'statu quo' gubernamental. El liderazgo puede ser innato o se forja aplicando una buena dosis de inteligencia, observación, don de gentes y, más que esencial, honestidad. Tudanca carece de casi todas esas armas y, por tanto, actúa como un vulgar mercachifle, como ha demostrado también durante esta pandemia.
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Tampoco el presidente de la Junta levanta pasiones y cuando trata de explicarse da la sensación de que está a punto de descarrilar, quebrar el quitamiedos y asolar parte del bosque. Un político español conservador aseguraba hace años que su partido era capaz de ganar las elecciones incluso presentando como cartel electoral a una escoba. La constatación de este chascarrillo es la presencia de Mañueco en palacio, aunque con la inestimable ayuda del inefable Igea, que cuenta con un doctorado en creatividad verborreica que aliña un titular de prensa mejor que un buen chef.
No pedimos un Konrad Adenauer y menos a un Churchill, pero esos búnkeres impermeables que constituyen los partidos políticos españoles disuaden a quienes albergan conocimiento, determinación, compromiso y visión de Estado, impidiéndoles traspasar esa gruesa membrana que envuelve la endogamia. Los pueblos necesitan un guía sólido que alumbre la senda. En España prolifera la piedra noble, bajo cuyo techo sientan sus culos mediocres, facinerosos y el hediondo resto del coro.
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