Un pintor alemán copia un cuadro. AP

Plagios

La voracidad en cuanto a las propiedades no parece tener límite

elena moreno scheredre

Viernes, 28 de agosto 2020, 08:27

Me estoy especializando en noticias marginales, quizás porque evitar los titulares resulta imprescindible para la salud mental. Dado que necesito activar la lengua de ... Molière, me sumergí en la lectura de un diario francés en el que encontré una de esas perlas periodísticas que suelen gustarme: una escritora había demandado a otra por plagio. Aclararé que los escritores, en el país vecino, son considerados como un patrimonio más esencial que el aceite y que lo que les sucede suele tener una cierta relevancia mediática. Pues bien, ambas escritoras habían elegido para su narración la delicada cuestión de la pérdida de un hijo. Pero la vida, no solo de las autoras a las que hago referencia, tiene más similitudes de las que parece, aunque nos empeñemos en que las procesiones vayan por dentro.

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Un plagio literario es según la RAE «copiar en lo sustancial obras ajenas dándolas como propias». La autora demandante había publicado unos meses antes que la segunda. Argumentaba que ella se había basado en acontecimientos experimentados en carne propia y que el dolor que expresaban sus personajes había sido copiado por la otra. La demanda no prosperó. La ficción es un terreno cuyo contrato con la realidad tiene la manga ancha, pero el asunto creó un debate ciertamente interesante sobre la reivindicación y el derecho de las emociones.

Si nuestros tatarabuelos se batían en duelo por el honor, la voracidad de los tiempos que vivimos, en cuanto a propiedades se refiere, no parece tener límite. Primero fue la imagen. La reproducción constante en las diversas plataformas digitales o mediáticas hizo que se reconsiderara legalmente como un objeto de explotación. Futbolistas, gentes del cine, de la lista Forbes o mindundis que participan en un 'reality' pueden incluir en el testamento sus derechos de imagen, y así, al que Messi done su imagen, que no será al Barcelona, habrá heredado una incalculable fortuna.

Como siempre cuando se trata de leyes, los legisladores establecieron una serie de límites a la exposición, el ámbito privado, el público, la cubierta de un barco, o el muro de la piscina. La afrenta se ha ido diversificando, desde un humilde texto a las omnipresentes redes sociales, hasta llegar a querer legalizar las esquinas de nuestra alma.

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A raíz del debate del derecho sobre nuestras emociones, se ha abierto un jugoso melón. ¿Podrá ser cuantificado el amor, el consuelo o la envidia? A mí me hubiera bastado con plagiar no ya las emociones, sino el regusto que queda cuando terminas un libro bendecido.

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