Con los pies en el aire
Con tilde ·
«Al adolescente perenne la ridiculez le chirría hasta el punto de ponerle los pelos de punta. La genialidad de la pubertad rara vez pone en valor al trapecista»Valladolid cierra el mes de las flores convertida en una carpa gigante. El teatro callejero acampa estos días en lo que es la segunda fiesta ... más irreverente de la ciudad –el primer puesto se lo lleva, sin duda alguna, la marcha 'ciclonudista' de junio–. La risa y la bobaliconería se contagian sin necesidad de vinos y más rápido que la bien olvidada covid gracias al Festival Internacional de Teatro y Artes de Calle, que celebra su 23 edición hasta el domingo.
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La acogida, desde su espectacular y marciana inauguración de jirafas rojas en la Plaza Mayor, ha sido muy buena, aunque todavía no han conseguido movilizar grandes masas de público dispuesto a «recuperar la calle», como predican desde la organización. Claro que disfrutar con la broma y el absurdo solo es posible en la infancia y en la madurez. Estas dos etapas son las únicas lúcidas de nuestra vida: solo en ellas nos reconocemos casuales y ocasionales, y no todo el mundo las vive. Al adolescente perenne la ridiculez le chirría hasta el punto de ponerle los pelos de punta. La genialidad de la pubertad rara vez pone en valor al trapecista.
Por suerte, la pasión por Rilke cede pronto y pasados los 25 uno empieza a encontrar esto del espectáculo circense un arte divertido y accesible que relatar horas más tarde a la almohada, más gratificante que el de la arena parlamentaria. Y es que, necesitamos colocarnos más a menudo frente al titiritero con su chistera y al funambulista sujetando la fachada para recordar que, de vez en cuando, hay que poner los pies en el aire para saber tenerlos en la tierra.
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