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Representación mediaval de la peste bíblica. ABC

Las pestes bíblicas

«La peste bovina, al igual que la viruela en los humanos, ha sido erradicada, pero en épocas pretéritas esquilmó la cabaña ganadera en Europa»

Alfonso Carvajal

Martes, 23 de junio 2020, 08:38

Reparamos estos días en las epidemias, parece inevitable. Ninguna a nuestro parecer como la del coronavirus. Pestes, plagas y epidemias, son lo mismo. Pero —hay ... matices— ni todas las plagas son epidemias, ni todas las pestes,la peste: la que se dio en llamar peste negra, la peste por antonomasia.

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Plaga nos remonta a las bíblicas de Egipto, a las descritas en el libro del Éxodo del 'Antiguo Testamento'. De aquellas diez, dos, solo dos, resultarán familiares; las otras, aunque explicadas hoy desde la ciencia, se antojan más dudosas. Así es la Biblia, un 'conundrum'. Una de esas dos bien pudiera ser un conocido mal del ganado, la peste bovina —se lee en el Éxodo, «…la mano del Señor enviará una peste mortífera contra el ganado que está en los campos: contra los caballos, los asnos, los camellos, los bueyes y el ganado menor. Pero el Señor hará una distinción entre el ganado de Israel y el de Egipto»; así eran los distingos del Señor con su pueblo—.

La peste bovina, al igual que la viruela en los humanos, ha sido erradicada, pero en épocas pretéritas esquilmó la cabaña ganadera en Europa, 200 millones de cabezas de ganado sucumbieron en el siglo XVIII. La otra plaga se ha atribuido a la peste misma —«… se expandirá por todo el territorio de Egipto y producirá úlceras purulentas en los hombres y en los animales»—, a mayor abundamiento, se han encontrado en la moderna Amarna, antigua Akhetatón, la capital de Egipto a mediados del siglo XIV a. C., pulgas y otros parásitos fosilizados que contenían las bacterias productoras de la peste; este tiempo podría coincidir con los supuestos para el libro sagrado. Otra interpretación, igualmente admisible, la atribuye a la viruela, coherente asimismo con lo encontrado en momias de la época.

En el libro del Apocalipsis aparece la peste como el peor de los augurios. Este libro cierra el 'Nuevo Testamento' —se discutió su inclusión como «verdad revelada», tardaron siglos en ponerse de acuerdo los padres de la Iglesia—; se habla en él de los temibles jinetes. Escribe Juan, «Y vi aparecer un caballo amarillo. Su jinete se llamaba Muerte, y el Abismo de la muerte lo seguía. Y recibió poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada, del hambre, de la peste y de las fieras salvajes». La escritura se sitúa en época menos remota, hacía el siglo I d. C. Una interpretación histórica haría pensar que su autor conocía los estragos de las pestes que asolaban el imperio romano por la época.

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La enfermedad contagiosa más citada en la Biblia, sin embargo, es la lepra, un castigo divino. El Santo Job lo perdió todo y contrajo el mal. El Levítico lo menciona en repetidas ocasiones; se describen síntomas y procederes: «Cuando el hombre tuviere en la piel de su cuerpo hinchazón, o erupción, o mancha blanca y hubiere en la piel de su cuerpo como llaga de lepra …», «…el sacerdote encerrará al llagado por siete días». Se descubre en 'El Libro de los Libros' una mitología fruto de las pestes y plagas de los tiempos bíblicos.

A más, hay pestes documentadas en la antigüedad clásica. Destacan la de Atenas (431 al 429 a. C.), de la que murió Pericles, y sobre todo la Justiniana, en el siglo VI de nuestra era (541–767). Esta última procedente de Egipto, arrasó el imperio bizantino y llegó a Constantinopla y facilitó su caída en manos de los turcos. Se ha vinculado la propagación de estas pestes a factores geográficos: el aislamiento de Atenas la dificultó, pero las mejores comunicaciones del imperio romano, sin embargo, favorecieron su propagación. No hay acuerdo en la identificación de la peste griega: para unos, fiebres tifoideas, para otros, sería viruela. La Justiniana fue peste negra, la primera de las tres de este tipo que asolaron Europa.

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Pero en la historia mundial la peste por excelencia, la peste negra, azotó a la humanidad en el medievo —de nombre ya de por sí amenazante, lo es aún más en lengua inglesa, black death; el adjetivo le viene del color de los dedos gangrenados—. Para el observador diletante, el 'Decamerón' de Boccaccio descubre aquel tiempo oscuro: «En 1348 la peste invadió Florencia, la más hermosa de las ciudades de Italia. Algunos años antes habíase dejado sentir esta plaga en diversas comarcas de Oriente, causando numerosísimas víctimas», «…ni la precaución de no dejar entrar a ningún enfermo, ni las rogativas y procesiones públicas… fue bastante para preservarla de la calamidad».

Lo demás, es conocido, diez días de encierro en el castillo para «procurarnos todas las distracciones de la estación, hasta ver el nuevo sesgo que toman las calamidades públicas». Esta peste, la segunda peste negra, vino del Asia Central, «…del País de la Oscuridad, de la Horda de Oro», según el gran geógrafo árabe Ibn al-Wardi —un territorio del actual Uzbekistán—; otras fuentes sitúan el origen más al este, en la remota China, se propagaría a Mongolia a través de la Ruta de la Seda. Desde el Asia se extendió a Europa y África; entró en Italia por el puerto de Génova y de ahí por la costa mediterránea se propagó al resto de Europa. De esta época viene la imposición del confinamiento de las tripulaciones en sus barcos: fue fijado en 30 días y prolongado después a 40; de ahí, y del italiano quarantena, cuarentena, el nombre con el que conocemos esta medida preventiva.

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Las ratas, u otros roedores, que llegaban a los puertos en los mismos barcos que los marineros, llevaban los gérmenes; las pulgas, a través de sus picaduras, los transferían a los humanos. Aunque son varias, fue esta forma, la de la peste bubónica, la más frecuente y llamativa; los «bubones» que la caracterizan son ganglios inflamados, y aparecen en axila, ingle y cuello, sobre todo. No había remedios, la muerte sobrevenía en unos días, y pocos se libraban. Diezmó la población. Como en los tiempos bíblicos —no hubo excepción—, se recibía como castigo divino. No repugna pensar, sin embargo, y así fue, que la fatalidad coexistiera con alguna explicación terrena. Se hablaba de corrupción del aire, de miasmas y de contagios entre personas a partir de objetos, fómites; claro que también se hacía, de conjunciones astrales.

Con todo, no eran raras las públicas demostraciones de culpa y expiación ante el castigo; en la vasta Europa, los flagelantes recorrían pueblos y ciudades en extraña penitencia. Se buscaron chivos expiatorios, se acusó a los judíos de envenenar los pozos —un dios equivocado—. Comenzaron los pogromos. Las piras de Basilea y Estrasburgo, y otras piras, redujeron a cenizas miles de desdichados.

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La tercera de estas pestes, no amparada por el título, se menciona por coherencia, no fue bíblica, fue moderna. Las tres parecen la misma recurrente. Apareció esta última en Yunnan, en la China, en 1894, y pronto llegó a Hong Kong; desde su puerto se extendió por el mundo —no afectó a Europa tanto como las anteriores—. A Hong Kong, y con este motivo, fue enviado Alexander Yersin, investigador del Instituto Pasteur de París; el gobierno japonés hizo lo propio con Kitasato Shibasaburo, reputado bacteriólogo. Con días de diferencia, y por separado, ambos identificaron la bacteria que producía la enfermedad, la Yersina pestis. Todo un logro, la modernidad. El mérito como es visible se atribuyó al francés.

La imagen de los flagelantes se ha mostrado en el cine. Aparecen en Black Death, también una aldea de gentes sin dios, acaban mal los aldeanos —sin dios o con dioses equivocados, es igual—. Aparecen en 'El Séptimo sello', de Bergman: asoma la procesión de flagelantes, el espectáculo congrega en la plaza a las gentes sencillas del pueblo, hombres, mujeres y niños aterrados; truena el abate, «Dios nos ha sometido a juicio condenatorio, todos seremos entregados a la muerte negra, …, la veo, la muerte está a vuestra espalda, os mira amenazante, brilla su guadaña, la esgrime ahora sobre vuestras cabezas con su filo aguzado…, ¿a cuál de vosotros segará el primero?». Acabado el sermón, el pueblo se aparta estremecido, paso a la macabra marcha. Taras Bulba, más cine; recuerdo de colegial.

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Trasfondo de luchas seculares de polacos y cosacos; por lo que importa, la peste. La peste ha brotado en la ciudad sitiada —Dubno, en la actual Ucrania—: avanza en la escena la carreta con su carga, son los muertos; el hambre de los vivos los lanza a la caza de las ratas. La película, basada en la novela homónima de Gógol, sitúa la acción en los albores del siglo XVI; como suele, la ficción se nutre de los hechos: después de la gran peste negra surgieron por tiempo otros brotes. La banda sonora de la película alude a la peste, un tema, 'The Black Plague', suena mientras se muestra el cuadro. No hay mucha música para evocar la peste. Se debe ésta a Franz Waxman, un grande del cine. Música pues para la coda, una balada inspirada en un texto de Boccaccio, superviviente de la peste, Non so qual io mi voglia: No sé lo que quiero. Elocuente título. Óiganla.

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