Hansel, Jeyson y Varón, en su peluquería de la calle Linares.

Una peluquería en calle Linares

Crónicas de gentes recias ·

El local de los amigos dominicanos es singular en La Rondilla. Es un lugar de profesionalidad, sin vinilar, que no atiende a horarios ni guarda citas

pablo merino

Sábado, 21 de noviembre 2020, 08:21

Hay un imperio latente en España que cubre la vacante dejada por los chinos y sus 'Todo a Cien'. En aproximadamente una década, nacionales y forasteros han dado vida a cientos de locales que albergaron negocios deficitarios, han llenado de color la desesperanza y de olores químicos baúles que esperan a ser retirados desde que el ultramarinos cerrase en 2010.

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En una esquinita de calle Linares, más adelante de la populosa Orensana, uno de esos locales permanece abierto con el trajín de una gasolinera. Las cicatrices de la fachada cuentan la historia de esos veinte metros cuadrados. En la cara exterior del toldo, si uno se fija, azul añil sobre azul prusia, sigue rotulado 'Bolsos Madrigal' y en el esquinazo, para que quienes viniesen por Linares o por Cardenal Torquemada lo vieran, un panel que en su día debió de ser luminoso anuncia que allí estuvo el 'Concesionario de Maletas Gladiator'.

Si los niños europeos venían con un pan bajo el brazo, los taínos vienen con una cuenta de Badoo y una cuchilla. No necesitan la decoración tan de moda en peluquerías de caballeros con harleys, monopatines, consolas antiguas o revistas de gimnasia que reafirmen la endeble masculinidad del jovencito europeo medio, a ellos solo les hace falta una bandera de la República Dominicana, una pegatina del Jumpman de Air Jordan y el poste blanco, rojo y azul que les liga falsariamente con la tradición de los barbero-flebotomistas medievales para abrir su negocio. Son buenos y lo saben, no hacen uso de malabares para clavarte catorce euros, ni siquiera te dan un relajante lavado, ni te vendan los ojos con un paño húmedo durante el rasurado, tampoco ponen músicas rock ni te fotografían para exhibir el resultado en Instagram.

Cuando hace buen tiempo, el banco de enfrente se convierte en el punto con más extracomunitarios de Castilla. Entran y salen, se saludan y se cuentan. Jeison, que cuando no está peinando está repoblando el mundo o componiendo letras de reggaeton, se obnubila con los traseros de mujeres con obesidad. Hacen unos cuatro o cinco descansos por servicio: para tomar una infusión porque con el frío, a Varón, el caporal de la peluquería, le entra sinusitis, para cambiar las canciones de Almighty por las de Canserbero, para que Hansel llame a la familia que le queda en «erredé» (siglas de República Dominicana) y para discutir sobre geografía política.

El otro día se armó un buen jaleo con un cliente. No sé muy bien cómo salió conversación, pues en ese local de hombres que no conocen la Agenda 2030 se habla de lo bonitas que son las mujeres, de lo joputas que son los haitianos y de coches de tercera mano. La cuestión es que se lió una buena porque el cliente decía que Australia era un continente y los artesanos del apurado sostenían que el continente era Oceanía. Tras media hora de intenso debate, aclararon la duda llamando a un compatriota con graduado. Probablemente ese señor no vuelva por la peluquería. Me la recuerdan siempre que entro, la controversia de Australia.

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El local de los amigos dominicanos es singular en La Rondilla. Es un lugar de procesionalidad, sin vinilar, que no atiende a horarios ni guarda citas, que invitan a compartir chanzas mientras te hacen un degradado «bien bacano». Te saludan desde una legua, estés donde estés y sea quien sea tu acompañante, aunque no sepan tu nombre. Yo para ellos soy «Ventitlé», pues les sorprendió mi corta edad teniendo en cuenta que por mi aspecto bien podría tener un hijo con el que pasar el primer domingo de custodia compartida en el Ginos.

En definitiva, los domis son ajenos al tiempo y a sus absurdas reclamaciones. Ellos son los españoles que hace no más de una década se fraguaban un futuro con despreocupación. Son los berzotas del colegio que te encontrabas años después con una esposa epatante, un hijo en ciernes y una hipoteca a tipo fijo para un adosado en exurbia. Ellos son los españoles a los que hemos renunciado ser tras el descubrimiento de los fortificantes, la soja, la quinoa y las semillas de chía. Siento que ahí encuentro las conversaciones banales que quiero y necesito tener. Seguiré siendo Ventitlé hasta que decidan bajar la persiana.

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