Todos los líderes políticos, cara a unas elecciones como las que –por ejemplo– se nos vienen a partir de la primavera próxima, son políticos en ... prácticas. Políticos que llegarán a la meta que se proponen –y continuarán o no en sus cargos–, dependiendo tanto o más de los errores cometidos como de sus méritos y logros.
Publicidad
No se trata de dar nombres ni partidos, sino de caracterizar una serie de actitudes que –a la vista de lo ocurrido con algunos líderes en época reciente– puedan servir para caracterizar modelos de comportamiento contraproducentes o equivocados. Lo que tampoco significa que, necesariamente, conduzcan al desastre y fin de una trayectoria; pues hay quienes han convertido ciertos usos nada edificantes en una «marca de la casa»; una estrategia o un sistema con que destruir al rival; y lo seguirán haciendo en la medida que tampoco les haya ido –o vaya– tan mal en términos de resultados electorales.
El primer proceder erróneo sería mostrar una impaciencia excesiva por llegar al poder, así como una falta de realismo respecto al terreno que se pisa y los amigos/enemigos que tienes: hay que esperar a que el «enemigo» o «enemigos exteriores» estén lo suficientemente débiles como para que sea el momento de atacarlos; y que los posibles «enemigos interiores» se hallen alegres y confiados hasta el preciso instante en que resulte fácil y «natural» –o lógico– quitárselos de en medio. Se recomienda, en este trance, no «tocar demasiado las narices» a los pares o mandos de la propia organización, dejándoles su parcela de poder y respetando la estructura acostumbrada de éste. Además de no ejercer lo que cabría entender como autoritarismo, de un lado, o pasotismo –por otro– respecto a ellos.
Más importante todavía es evitar hacer el ridículo –llevado por la premura en gobernar–, acudiendo a sitios diversos en que se finge una impostada cotidianidad; departiendo con grupos (de todos los sectores de la sociedad), pero amañados, al resultar ser tan de la misma cuerda como quienes aplauden detrás de los líderes en los mítines. Igual ha de decirse de la manía de recorrer –únicamente en tiempo de elecciones– territorios remotos pisando boñigas o degustando alimentos típicos: hasta acabar pareciendo un Don Carnal envuelto en chorizos y morcillas al que sólo le faltara cabalgar subido en un tonel como en las pinturas de Brueghel.
Publicidad
Porque, con todo eso, se intenta aparentar que el candidato está en la vida real. Y ahí se encuentra el fallo: que una buena parte de políticos no suelen vivir en ella en absoluto. Lo que no quiere decir que no se enfanguen con la miseria circundante, ya que eso sí que lo hacen; y –en algunos casos– incluso en grado sumo. A menudo los vemos bajar al barro para mejor atacar al rival; e intercambiar insultos tachándose de incompetentes, ocupas, ilegítimos, corruptos, traidores, chaqueteros, antidemócratas, terroristas, ladrones...
El repertorio es tan amplio que sólo faltaría incluir calificativos más propios de la literatura de los cómics como «zangolotinos», «batracios de agua verde» o «marineros de agua dulce». Y las pellas de arcilla se lanzan y van o vienen en una u otra dirección; pero ponerse al nivel de quien descalifica o avienta rumores es descender al infierno de aquéllos que han convertido la guerra sucia en su hábitat natural, de modo que la embarradura acabe salpicando a todo el mundo; o haciendo que te hundas tú antes que el rival en el fango; dado que quien más se mueve en un terreno resbaladizo es el que cae y hunde antes que el otro.
Publicidad
Traigamos a colación, por último, un tipo de error bastante frecuente: tanto si los candidatos son autonómicos o provinciales como si lo fueran municipales, no deben obedecer a pies juntillas las órdenes o consignas que reciban de más arriba (dicho de otra forma, de la cúpula directiva de sus partidos); ni, al revés, contradecirlas sistemáticamente: ambas actitudes pueden llegar a ser más bien peligrosas, como cabe observar en las contiendas políticas de Castilla y León o la preocupante situación de la Comunidad Autónoma a la que han conducido. Y «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra».
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión