Por fin, el emperador en funciones se ha dignado a telefonear al jefe del Gobierno español, no a Pedro Sánchez. La breve eferencia bruselense es ... pura fruslería frente a la generosa llamada susurrante que el bueno de Biden le ha cursado este finde. La Moncloa difundió la instantánea orgásmica del momento y se ha aliviado la rabia contenida por el ninguneo mantenido por el tito Joe. Todo gracias a que tenemos las bases militares conjuntas como centro logístico de la subasta de los afganos huidos. Unidos, podemos, ha venido a decir Sánchez.
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No perdamos de vista al muñidor de los grandes hitos del presidente, los actuales y los que están por venir. Porque ha nacido otra estrella mediática, José Manuel Albares. El ministro de Exteriores tenía prisa por dejar su impronta al frente de la cancillería, y vaya si lo ha conseguido. Fiel a Sánchez desde hace años, su anterior perfil discreto ha trocado en un alud de profusión gestual, rayana en el histrionismo y trufada de oropel. «España va a ser el centro de Europa», aseguró, en referencia al manejo del reparto de los refugiados provenientes de 'Talibistán'. Me recordó amargamente a la exministra Leire Pajín anunciando el «acontecimiento histórico planetario» por la coincidencia de ZP como presidente de turno de la UE y Obama liderando EE UU. El lenguaje no verbal de Albares deja a las claras que va a proporcionar titulares jugosos. En cuando al sí verbal, no hay lugar a dudas: colgó en su cuenta de Twitter sendas imágenes de archivo junto a la de su homólogo yanqui, Antony Blinken. En el texto explicaba que había hablado con él y tal.
Ahora que las relaciones con Mohámed VI aparentan no ser ya de esparto y vuelven al satén, sería bueno saber en qué vamos a bajarnos los pantalones. O eso lo arregla el viejo Joe sin descoserse.
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