La pantomima

Crónica del manicomio ·

«Las verdades cotidianas, las de uso diario, ya no se guían por un principio de rigor sino por la cantidad de seguidores y usuarios con que cuentan»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 2 de diciembre 2022, 00:03

El mes pasado recibí la visita de Coleman Silk. Proveniente de Barcelona, donde había sido invitado para exponer sus ideas sobre la locura, hizo escala ... en Valladolid antes de volar hacia su residencia en Newark.

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Le encontré envejecido y cansado. Me confesó que ya no soportaba vivir en un mundo donde se miente a cielo abierto, con absoluto desparpajo, a sabiendas de que lo que se dice es falso. Y, lo que es peor, todavía toleraba menos a quienes aparentaban creer en esas mentiras y compartirlas admitiendo por lo bajo que su fe en ellas era oportunista. Despreciaba un mundo en el que la verdad ya no era garantía de nada. Y eso le estomagaba. A su juicio, y el de tantos otros, la verdad había perdido valor y aparecía, según predijo Nietzsche en un texto póstumo, como una moneda desgastada. Estaba especialmente decepcionado al comprobar que las verdades cotidianas, las de uso diario, ya no se guiaban por un principio de rigor sino por la cantidad de seguidores y usuarios con que contaban. La estrategia algorítmica de los poderes impersonales que hoy regulan a su favor las riquezas mundanas, nos tienta con las verdades y las cosas que calcula son de nuestro agrado y que seguramente aceptaremos de buena gana. Manipular y encarrilar nuestros deseos para que parezcan naturales y propios es, a juicio de Coleman, la pantomima del momento. Vivimos bajo el palio de una farsa, tras una verdad inauténtica y artificial que guía nuestros pasos con sutileza premeditada.

En estas estábamos cuando, muy corajudo, afirmó que, en esta vida y visto lo visto, lo mejor era hacer lo que uno quiera sin más límites que el código penal y el diccionario. Así de tajante se mostraba ante mí, aunque ese tipo de afirmaciones tan radicales no era precisamente a lo que me tenía acostumbrado. Sin duda somos una inagotable fuente de sorpresas, para uno mismo y para los demás.

Respecto a los resultados de este último viaje, como inspector internacional de salud psíquica, me contó que la psiquiatría se había convertido también en una pantomima perfecta. Qué otra cosa se podía pensar cuando en los ambulatorios de salud mental regía una secuencia mortífera que resumió así: se atiende a un paciente nuevo que lleva, como poco, dos meses esperando; se le escucha amablemente durante veinte o treinta minutos; se le diagnostica de algo y se le prescribe uno o varios fármacos. Tras este proceso, que para la mayoría resulta insuficiente y para uno cuantos simpático, se le indica que en la administración le informarán de la próxima revisión, que no será antes de la primavera en ningún caso. ¿Por qué colabora el psiquiatra con esta forma de psiquiatría?, se preguntaba a sí mismo, al tiempo que me interpelaba.

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