Dos décadas atrás Nevenka vivía deslumbrada por la luz de los focos, el glamour de la política local y las agradables sensaciones que acompañan cuando ... se pisa la siempre acomodada alfombra institucional.
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Tantos fogonazos impidieron que viera la realidad. No era tan extraño. La inocencia genera confianza, la confianza cauteriza las alertas y la ausencia de sensación de peligro genera una extraña relajación que multiplica las posibilidades de caer en manos de cualquier desaprensivo.
Ponferrada, su tierra, era entonces un terreno muy hostil, salpicado de trileros, asaltadores de caminos, gangsters muy bien entrenados, empresarios sin escrúpulos y un submundo tan conocido como repugnante. Sin saberlo, el paraíso en realidad era un infierno.
Es cierto, como se advierte en el documental que ahora ha lanzado la plataforma audiovisual Netflix, que ella un pez de colores agitando sus aletas en un mar donde todo eran pirañas. Pirañas recubiertas de color púrpura, pero pirañas. Era evidente que, antes o después, su atractivo llamaría la atención de tanto pirata.
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Así fueron las cosas. Nevenka quedó atrapara en medio de dos mundos, a un lado el conformado por el reflejo de su propia luz, por aquel brillo tan juvenil, casi adolescente, adorable si la mirabas a los ojos, y al otro el conformado por quienes formaban parte de aquella jauría sin escrúpulos dispuesta a convertir y consentir que una víctima inocente se hundiera en las peligrosas redes tendidas sobre la capital berciana.
Pero Nevenka, su historia, el acoso al que fue sometida y el escarnio al que tuvo que enfrentarse frente a su propia gente y pese a ser la víctima de un acosador, fue mucho más.
El tiempo y la historia contada parcialmente desde la televisión han dejado en un segundo plano una buena parte de aquel entorno, silencioso, cómplice, lleno de podredumbre y descaradamente a favor de quienes se afilaban los colmillos cada mañana antes del desayuno.
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Hubo un silencio cómplice sobre el caso. Sí, silencio y cómplice. Entonces los medios de comunicación provinciales, conocedores del caso, lo intentaron tapar y estrecharon la mano del acosador. No fue algo voluntario. León, y más en concreto Ponferrada, siempre ha ejercido un poder mediático indudable.
Allí habían crecido los empresarios que tenían en sus manos grandes medios de comunicación locales. Prohibieron hablar del caso, maniataron los dedos de los periodistas y ordenaron mantener en silencio lo que, entonces, consideraron una 'riña de pareja'.
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Algunos hablan hoy de Nevenka y sus derechos cuando entonces asumieron con pleitesía las órdenes de sus jefes. No hablar, no contar, no escribir, no denunciar. Y lo hicieron.
Solo un columnista, ya fallecido, tuvo a bien lanzar el caso entre líneas. Él y solo él, fue el único que denunció el acoso, la tropelía, la salvajada y la inmundicia. Meses antes de fallecer recordaba cómo aquella columna que logró colar en la edición de su periódico estuvo a punto de costarle tres semanas de empleo y sueldo. «Esas cosas no se pueden escribir aquí sin permiso», le llegaron a gritar. El, cauto, pidió un copazo para aliviar.
A Nevenka le cortaron las alas propias de su edad, de su juventud, de su inocencia. Tuvo que soportar todo tipo de humillaciones, tuvo que enfrentarse a su agresor, a una sociedad sin conciencia y a una prensa (hoy tan exquisita) que entonces simplemente le dio la espalda.
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Nevenka descubrió la fragilidad de quienes, como ella, son envueltas en un mundo de glamour para luego ser tiradas al precipicio de forma descarnada. Pero no solo eso. Ella dejó al descubierto las miserias de su entorno. Y el de la prensa de entonces, también.
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