Mi verano se resume en unas rozas, una lumbalgia, una acera de piedra a pachas con mi santa que confío en que cumplirá ocho siglos, ... cual Catedral, dentro de 799 años y 11 meses, y un murete derribado a mazazos adrenaliníticos, además de una caja de madera a lo bricomanía que tapa los defectos del ignorante maderero con barniz y buena voluntad. Ñapas de veraneo rural que te hacen apreciar a aquellos que habitualmente hacen esas tareas. Y que te cuentan, pobre urbanita con llave de Allen, que ya no hay un herrero que te afile los cortafríos 'a fragua'. Y te explican, con su propio ejemplo práctico, las lesiones, cortes y dolores crónicos que conlleva picar soleras o darle a la radial.
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Enfrascado en estas lides, el obligado seguimiento de la actualidad se me ha quedado aparcado hasta hace unos días, poco más allá de los Juegos Olímpicos, unos cuantos informativos y el vistazo a las alertas de mi periódico –faltaría más–. Puesto a la tarea de reencontrarme con el asunto noticioso-político, leo que el presidente Mañueco ha dicho que no se cerrará ni un consultorio médico rural mientras él sea presidente.
Y recuerdo, mientras pienso cómo acometer la siguiente ñapa, las 13 concentraciones que han hecho en una pedanía de Zamora con 80 cartillas para pedir atención presencial; las ochocientas firmas que han recogido; su explicación de cómo una mujer de 85 años tuvo que ir al pueblo 'grande' –búsquese la vida, oiga– a hacerse 'el sintrom' porque en su consultorio no se lo hacían y luego sí y ahora tampoco. Y cómo un médico aplaudía sarcástica y maleducadamente a dos pacientes mayores al enterarse de que eran del pueblo manifestante. Y busco otro murete que estorbe, que hay ñapas que vienen bien para el ánimo.
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